jueves, 20 de noviembre de 2014

Un hombre de fe

 

FRANCISCO; UN HOMBRE DE FÉ

Raúl Zibechi

“Disculpe Pepe, pero Bergoglio es un conservador”. No recuerdo si dije “facho”.
José María Di Paola, padre Pepe para los del barrio, pelo largo, ropa informal, 46 años de edad de los cuales diez en la villa 21 o villa de Barracas, me miró con aire de desconcierto, como si no terminara de creerse aquella frase.
Sentado en la iglesia Nuestra Señora de Caacupé, construida por los emigrantes paraguayos en minga los fines de semana, me respondió con la misma serenidad y parsimonia con la que me había relatado cómo construyeron el templo. Cada domingo, las mujeres preparaban la comida mientras los varones levantaban la iglesia, ladrillo por ladrillo, hasta que un buen día decidieron ponerle el nombre de “su” virgen, como para decirle a la ciudad que era parte de sus vidas.
“Bergoglio”, dijo refiriéndose al entonces arzobispo de Buenos Aires, “viene a la villa en micro, baja en la parada, camina hasta la iglesia y toma mate con los vecinos. No viene en el coche del arzobispado. Conoce nuestro trabajo, apoya a los curas villeros que vinimos a aprender de la gente, no a decirles lo que tienen que hacer”. Mientras hablaba, los muros de la parroquia despedían la sonrisa eterna del padre Mujica, el cura-mártir de todos los pobres de la ciudad porteña, asesinado por la Triple A hace cuatro décadas.
Cinco años después de aquella lección de humildad de Pepe, no me pareció nada sorprendente que Francisco recibiera a los movimientos sociales del mundo, entre ellos al Movimiento Sin Tierra de Brasil, que los militares brasileños y la prensa derechista del Uruguay (como El País y El Observador), consideran como subversivos.
No sólo los recibió. Dijo: “No se contentan con promesas ilusorias, excusas o coartadas. Tampoco están esperando de brazos cruzados la ayuda de ONGs, planes asistenciales o soluciones que nunca llegan o, si llegan, llegan de tal manera que van en una dirección o de anestesiar o de domesticar. Esto es medio peligroso. Ustedes sienten que los pobres ya no esperan y quieren ser protagonistas, se organizan, estudian, trabajan, reclaman y, sobre todo, practican esa solidaridad tan especial que existe entre los que sufren, entre los pobres, y que nuestra civilización parece haber olvidado, o al menos tiene muchas ganas de olvidar”.
Les propuso “luchar contra las causas estructurales de la pobreza”, advirtió contra “estrategias de contención que únicamente tranquilicen y conviertan a los pobres en seres domesticados e inofensivos” y terminó con un “sigan con su lucha”, porque nos hace bien a todos.
Francisco Bergoglio no es un revolucionario. Es un hombre de fe, conservador, que se diferencia de los políticos de izquierda en un pequeño detalle: pisa el barro, no le teme a los pobres, se siente feliz con ellos, no los quiere domesticar ni utilizar, confía que en la pobreza, y sólo en ella, puede haber dignidad y comunión.
Pepe tenía razón
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Fuente: http://www.alainet.org/active/78893

lunes, 17 de noviembre de 2014

Brasil: la gran división

 

FABELAS EN RÍO DE JANEIRO

 

Las elecciones de Brasil suscitaron una gran atención en los medios de comunicación a nivel mundial. En gran medida, estos hicieron una cobertura hostil de la candidata Dilma Rousseff, en lo que fueron celosamente acompañados por los “grandes media” brasileños. El paroxismo del odio contrario al PT llevó a una revista de amplia circulación, Veja, a encaminarse por una vía probablemente ilegal. El New York Times en ninguna ocasión se refirió  a la candidata del PT sin el epíteto de “exguerrillera”. Con la misma inconsistencia de siempre, no se le ocurriría a este periódico, o a tantos otros que siguen su línea, referirse a la “excomunista” Ángela Merkel o al “exmaoísta” Durão Barroso, o incluso al “comunista” Xi Jinping, presidente de China. Los intereses que sustentan a esta prensa corporativa esperaban y querían que la candidata del PT fuese derrotada. El terrorismo económico de las agencias de rating, de The Economist, del Financial Times y de la bolsa de valores buscó condicionar a los electores brasileños y asumió una virulencia sorprendente, tomando en cuenta la moderación del nacionalismo desarrollista brasileño y el hecho evidente de que son sobre todo factores mundiales (léase, China) los que afectan el ritmo de crecimiento de países como Brasil.

¿Por qué razón tanta y tan desesperada hostilidad?

Los factores externos: la nueva Guerra Fría

Hay razones externas e internas que solo parcialmente se sobreponen. De ahí la necesidad de analizarlas por separado. Las razones externas son mucho más profundas que el mero apetito del capital internacional por las grandes privatizaciones del presal y de Petrobras, o que la violencia de la respuesta del capital financiero ante cualquier límite a su voracidad, por muy moderado que sea. Brasil es hoy el ejemplo internacionalmente más  importante y consolidado de la posibilidad de regular el capitalismo para garantizar un mínimo de justicia social e impedir que la democracia sea totalmente capturada por los dueños del capital, como sucede hoy en Estados Unidos y está ocurriendo un poco en todas partes. Y Brasil no está solo. Solo es el país más importante de un continente donde muchos otros países (Venezuela, Argentina, Chile, Bolivia, Ecuador, Uruguay) buscan soluciones con la misma orientación política general, aunque diverjan en la dosis de nacionalismo o de populismo (tal y como Ernesto Laclau, no condeno en bloque ni a uno ni a otro). Además, estos países han procurado construir formas de solidaridad regional que no pasan por la bendición norteamericana, al contrario de lo que sucedía antes.

¿Cuál es el significado global de esta rebeldía? Ella configura una nueva Guerra Fría. Una Guerra Fría ya no entre el capitalismo y el socialismo, sino entre el capitalismo neoliberal global, sin vestigio nacionalista o popular, y el capitalismo con alguna dimensión nacional y popular, o capitalismo socialdemócrata o socialdemocracia capitalista. Este último capitalismo puede asumir muchas formas y puede llegar a estar presente tanto en Rusia como en China, en India o en África del Sur, o sea, en los llamados BRICS. El fin de la Guerra Fría histórica no fue solo el fin del socialismo en su versión histórica; fue también el fin de la socialdemocracia europea, la única entonces existente, pues a partir de ese momento el capitalismo se sintió liberado de su obligación de sacrificar sus lucros inmediatos para garantizar la paz social siempre amenazada por la existencia de una  alternativa potencialmente más justa. En ese momento terminó el capitalismo del breve siglo XX y se buscó reconstruir  El Dorado, más mítico que real, de la acumulación del siglo XIX. Fue entonces solemnemente declarado el fin de la historia y la ausencia de alternativa al capitalismo neoliberal.

Fue así que la Guerra Fría desarmó a la socialdemocracia europea. Pero, contradictoriamente, hizo posible la emergencia de la socialdemocracia latinoamericana. No olvidemos que América Latina fue una de las grandes víctimas de la Guerra Fría histórica. Durante este periodo, el capitalismo solo hacía concesiones socialdemócratas en Europa, pues a ello obligaba la tragedia de dos grandes guerras. Fuera de Europa, en cambio, las zonas de influencia del capitalismo eran tratadas con la máxima violencia para liquidar cualquier posibilidad de alternativa. Esa violencia contemplaba guerra financiera, ajuste estructural, desestabilización social y política, e intervención militar. En África, todos los países que pretendieron una solución socialista fueron llamados al orden, desde Gana a Tanzania y Mozambique. En América Latina, el “patio trasero” del Imperio, Cuba había sido una distracción imperdonable. La respuesta fue inmediata. Como decía poco tiempo después de la Revolución cubana el enviado de Fidel Castro a varios países de América Latina, Regis Debray, los Estados Unidos aprendieron más rápidamente la lección de Cuba que la izquierda latinoamericana. También aquí los mecanismos de intervención fueron varios, unos menos violentos que otros, de la Alianza para el Progreso a las dictaduras brasileña, chilena y argentina.

La osadía de América Latina en los últimos quince años consistió en construir una nueva Guerra Fría, aprovechando, como en la anterior, un momento de flaqueza del capitalismo hegemónico. Entrampado desde los años noventa del siglo pasado en el Oriente Medio para saciar el insaciable complejo industrial militar y su avidez de petróleo, el Imperio dejó que avanzasen en su patio formas de nacionalismo y de populismo que, al contrario de las anteriores, ya no buscaban las exiguas clases medias urbanas, sino la gran masa de los excluidos y marginados. Tenían, pues, una fuerte vocación de inclusión social. Esta emergencia fue también posible gracias a un descubrimiento copernicano hecho por un gran líder mundial llamado Lula da Silva. Ese descubrimiento, simple como todos los descubrimientos genuinos, consistió en ver que el ímpetu democratizador que venía desde la lucha contra la dictadura había preparado a la sociedad brasileña para una opción moderada por los pobres, como el mismo Lula en sus orígenes. Se trataba de una opción que la Iglesia católica había asumido durante un tiempo y luego abandonó cobardemente. No se trataba de socialismo, sino tan solo de un capitalismo sujeto a algún control político con el objetivo de realizar políticas de Estado relativamente desvinculadas de los intereses directos e inmediatos de la acumulación capitalista. Este descubrimiento transformó la naturaleza de la hegemonía en Brasil y se convirtió rápidamente hegemónica en el continente. Digo hegemónica porque los propios adversarios tuvieron que usar sus términos para boicotearla y porque su vocación inclusiva se expandió rápidamente hacia otras áreas, especialmente a la inclusión étnico-racial. La sociedad brasileña se hacía más inclusiva en el preciso momento en que se reconocía no solo como sociedad injusta, sino también como sociedad racista, y se disponía a minimizar tanto la injusticia social como la injusticia histórica étnico-racial.

El hecho de que este descubrimiento no haya quedado confinado a Brasil y se haya propagado a otros países, cada uno con trazos específicos de sus trayectorias históricas, combinado con el hecho de que en otros continentes, por otras vías, surgieron formas convergentes de rebeldía al capitalismo neoliberal supuestamente sin alternativa, dio origen a una nueva Guerra Fría. Esta sufriría un golpe fuerte si el país que más avanzó en este campo decidiese volver al redil neoliberal y se comportara como un buen rebaño, tal como está sucediendo en Europa, que durante algún tiempo resistió al destino que le fue dictado por la caída del Muro de Berlín.

De ahí la enorme inversión hecha para derrotar a la presidenta Dilma. Al final, el descubrimiento brasileño reveló una vitalidad que, quizá, ni sus propios protagonistas esperaban. Pero obviamente no se espere que el capitalismo neoliberal global desista. Se siente suficientemente fuerte para no tener que convivir con el statu quo europeo anterior a la caída del Muro. Recurrirá pues al boicot sistemático de la alternativa, por más moderada e incompleta que sea. Tal vez no incluya las formas más violentas que en el pasado llevaron a intervenciones de “cambio de régimen” en países grandes de América Latina y que hoy se limitan a países pequeños como Haití (2004), Honduras (2009) y Paraguay (2012). Serán acciones de desestabilización social y política, aprovechando el descontento popular, financiando ONG con posiciones “amigas”, proveyendo consultoría técnica para el control de las protestas, y así obteniendo informaciones cruciales. Esta intervención será más evidente en países como Venezuela y Argentina, dada la urgencia de poner fin al antiimperialismo chavista o peronista. Pero en todos los países con gobiernos de centroizquierda se esperan acciones de desestabilización interna.

Los factores internos: el colonialismo interno

Como señalé, la superposición entre los factores externos e internos existe, aunque no sea total. La agresividad de los grandes medios de comunicación, la desesperación que llevó a algunos de ellos a cometer actos probablemente criminosos, se asienta en el interés de la gran burguesía por recuperar el control pleno de la economía y obtener los lucros extraordinarios de las privatizaciones a ejecutar. En esa medida, la gran burguesía brasilera no es más que el brazo brasileño de una burguesía transnacional bajo la égida del capital financiero. No habiendo sido capaz de derrotar a la candidata del PT, seguirá presionando abiertamente (y es probable que tenga éxito) para que se conforme un equipo económico instalado en el corazón del gobierno que satisfaga los “imperativos de los mercados”.

Este brazo brasileño del capital transnacional arrastró consigo importantes sectores de la clase media tradicional e incluso de la nueva clase media, que es un producto de las políticas de inclusión de los gobiernos del PT. Y también estos sectores asumieron el discurso de la agresividad que convierte al adversario en enemigo. Este discurso no puede explicarse únicamente por razones de clase. Hay factores que son específicos de una sociedad forjada en el colonialismo y la esclavitud. Son funcionales a la dominación capitalista, pero operan a través de marcadores sociales, formas de subjetividad y sociabilidad que poco tienen que ver con la ética del capitalismo weberiano. Se trata de la línea abismal que separa al pobre del rico y que, por estar lejos de ser sólo una separación económica, no puede ser superada con medidas económicas compensatorias. Puede, por el contrario, ser intensificada por ellas.

Desde la óptica de los marcadores sociales colonialistas, el pobre es una forma de subhumanidad, una forma degradada de ser que combina cinco formas de degradación: ser ignorante, ser inferior, ser atrasado, ser vernáculo o folklórico y ser perezoso o improductivo. El rasgo común a todas ellas es que el pobre no tiene el mismo color de piel que el rico. Estamos hablando, por tanto, de colonialismo inscrito en las relaciones sociales que a menudo se desdobla en colonialismo en las relaciones entre regiones (sur versus norte), la forma más conocida de colonialismo interno (del norte de Italia con relación al sur; del sur de Brasil en relación con el norte).

En los términos de este colonialismo de la sociabilidad, las condiciones naturales de inferioridad pueden suscitar lo más noble que hay en los seres superiores, pero siempre bajo la condición de que los inferiores en ningún caso pretendan ser iguales que ellos. Esta subversión sería más impensable y destructiva que la subversión comunista. Claro que los seres inferiores pueden creer en el principio de igualdad que escuchan de la boca de los superiores (nunca de su corazón) y luchar por la igualdad. Les beneficia luchar solos porque ello los vuelve más civilizados, y es bueno para la sociedad porque obviamente nunca conseguirán sus objetivos y acabarán reconociendo el carácter natural de la desigualdad.

El hecho de que el poder político de la época Lula identificara esta línea abismal y tratara de superarla mediante políticas compensatorias y de antidiscriminación racial que ayudaran a los inferiores al abandono de su condición de inferioridad es un insulto a la nación biempensante y un desperdicio criminal de recursos. En este caso concreto, tuvo también otra consecuencia: el encarecimiento inoportuno del servicio doméstico que, tal y como está organizado en Brasil, es una herencia directa del mundo de Los maestros y los esclavos [1].

Vale la pena tener en cuenta que el ideario colonialista no es el monopolio de las clases dominantes y sus aliados. Habita en las mentes de quienes más sufren sus consecuencias. Y habita, sobre todo, en las mentes de aquellos que fueron ayudados a salir de su estatuto de inferioridad, pero que activa y rápidamente se olvidan de la ayuda para pensar tan bien como piensa la sociedad biempensante, la sociedad de este lado de la línea abismal en la que acaban de integrarse. Me refiero a los sectores de la llamada nueva clase media.

La mejor respuesta

Las razones anteriores no pretenden explicar las diferencias jugadas en la disputa electoral. Únicamente pretenden explicar su agresividad. Una vez ganadas las elecciones, el gobierno tiene que centrarse en las diferencias sin olvidarse de la agresividad. No es fácil definir la mejor respuesta, pero es fácil prever cuál será la peor. La peor respuesta será pensar que, como la victoria fue estrecha, el PT sólo consiguió retrasar cuatro años su paso a la oposición y que, siendo así, no vale la pena el esfuerzo de cambiar las políticas seguidas hasta ahora e incluso tal vez resulte conveniente rebajar el nivel de confrontación con la derecha. Esta será la peor respuesta porque, con ella, el PT no sólo podría retrasar cuatro años su pasaje a la oposición, sino que quizá podría tardar muchos más en salir de ella.

Veamos, pues, posibles líneas de respuesta que no retrasen derrotas, sino que consoliden la hegemonía de la sociedad más inclusiva y diversa y obligue a la derecha a cambiar los términos de la disputa electoral en los próximos años y en función de esa nueva sociedad.

Políticas sociales. La victoria se logró gracias a los pobres que por primera vez se sintieron apoyados para cruzar la línea abismal y gracias a la militancia aguerrida de quienes se solidarizaron con ellos después de haber visto la línea abismal y disgustarse con lo que vieron. La primera orientación consiste en no frustrar las expectativas de quienes lucharon por la victoria de la candidata Dilma Rousseff. Contrariamente a lo que pensaron algunos analistas del PT en estado de pánico, las manifestaciones de junio del año pasado no fueron un caldo de cultivo de la derecha. En el frente de lucha por Dilma, hubo algunos movimientos que protagonizaron las manifestaciones. Esto muestra que el descontento fue real, aunque a veces su intensidad haya sido manipulada. Y también muestra que el beneficio de la duda dado al Gobierno del PT por los manifestantes de ayer y hoy no volverá a repetirse. La expectativa es ahora más fuerte que nunca. Si no es satisfecha, particularmente en las áreas de la educación, la salud, la calidad de vida urbana, medio ambiente, economía campesina y demarcación de las tierras indígenas, la frustración será irreversible y corrosiva.

La reforma política. La reforma política es el objetivo más reclamado por las fuerzas progresistas y el más bloqueado por un Congreso que, gracias a la patología de la representación generada por el sistema actual, no es el espejo de la diversidad social, política y cultural del país. Casi ocho millones de brasileños exigieron un plebiscito popular para la convocatoria de una asamblea constituyente exclusiva. En situaciones tan distintas como las de Ecuador y Colombia, esta fue la solución encontrada para desbloquear un impasseinstitucional semejante al que amenaza Brasil. Es muy importante acabar con la financiación corporativa de los partidos o aplicar efectivamente el principio consagrado por la “ley de la ficha limpia” (no haber sido nunca incriminado  por corrupción) para los cargos públicos. Pero no es suficiente. Todo el sistema de gobernabilidad tiene que cambiarse. ¿Cómo se puede explicar que dos de los partidos que apoyaron a la candidata Dilma Rousseff hayan sido los oponentes más feroces del candidato a gobernador, Tarso Genro, cuya propuesta de gobierno representa lo más genuino que hay en el horizonte del PT? Sin una profunda reforma política, no habrá reforma tributaria y, sin ésta, Brasil continuará siendo un país injusto a pesar de todas las políticas de inclusión.

La participación popular. Dado el bloqueo institucional que se avecina, los movimientos sociales probablemente tendrán que volver a la calle y ejercer presión política para que el gobierno de Dilma se sienta apoyado en las reformas que quiere acometer. Será este el test decisivo para la presidenta Dilma. Para ser llevado a cabo con éxito, son necesarios dos aprendizajes recíprocos, ambos cruciales. Los movimientos populares tienen que aprender a no dejarse manipular por los grandes medios de comunicación, interesados en radicalizar sus demandas siempre que se circunscriban al gobierno y no incluyan el sistema económico y financiero, este último uno de los más depredadores del mundo en las sociedades democráticas. Y tienen igualmente que aprender a detectar y denunciar a los agitadores profesionales infiltrados en su interior, una realidad con la que sin duda hay que contar dado el contexto internacional que he mencionado. A su vez, la presidenta Dilma tiene que aprender a hablar con quien no habla el lenguaje tecnocrático. Tiene que superar la impactante distancia mantenida con los movimientos sociales en su primer mandato. Tiene que saber lidiar con el hecho de que la participación popular oscilará entre dos formas, la institucional y la extrainstitucional (en calles y plazas), y debe tener la lucidez de saber que la segunda forma será más fuerte mientras más débil y partidarizada sea la primera.

Justicia y tierras indígenas y quilombolas. El sistema judicial tiene una misión democrática que cumplir en la que el gobierno no debe interferir. Pero el gobierno puede crear condiciones que faciliten o, por el contrario, obstaculicen esa misión. La Presidenta se ha ganado la credibilidad necesaria para asumir su parte de responsabilidad en la lucha contra la corrupción. Pero también tiene que asumir la defensa de la ley cuando favorece a sectores históricamente marginados y excluidos, como los pueblos indígenas, los afrodescendientes y campesinos en general. Mantener al actual ministro de Justicia es un acto de hostilidad respecto a los pueblos indígenas cuyas tierras dependen de firmas que el ministro ha pospuesto ostensiblemente.

Una política de los media. La derecha nunca es agradecida con los gobiernos que no salen de su base socioeconómica, por más favores que le hagan. A diferencia de otros gobiernos progresistas del continente, el gobierno popular brasileño no quiso luchar por una nueva normativa que impidiese a los grandes medios ser el principal elector de la derecha. Si el gobierno espera que esta actitud benevolente fuese interpretada como una rama de olivo enviada a ellos para auspiciar una convivencia civilizada, estaba rotundamente equivocado, como bien mostró la campaña electoral. El caso de Río Grande do Sul es quizá uno de los más representativos de este estado de cosas que convierte a los medios de comunicación corporativos en los principales electores de la derecha. Hay, pues, que seguir adelante con tanta determinación como moderación en esta área. El apoyo a los medios comunitarios y alternativos será un buen comienzo.

Notas

[1] Casa-Grande e Senzala (1933) es una obra del antropólogo y escritor Gilberto Freyre que trata sobre la formación de la sociedad brasileña.

Boaventura de Sousa Santos

Boaventura de Sousa Santos es sociólogo. Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra. Sus últimos libros en español: Si Dios fuese un activista de los derechos humanos (Madrid, Trotta 2014) y, de próxima aparición, con Maria Paula Meneses, Epistemologías del Sur (Madrid, Akal).

FUENTE: PUBLICO.ES

domingo, 16 de noviembre de 2014

EL JESÚS LAICO




 
 José María García Mauriño
EL MENSAJE LAICO DE JESUS DE NAZARET

José María García Mauriño
18 de Octubre de 2014.

Voy a intentar hablar del mensaje laico de Jesús. De entrada nos podemos preguntar ¿Por qué precisamente es laico el Mensaje de Jesús? Porque desde nuestra fe, parecería como que todo lo que viene de Jesús tendría que ser un mensaje religioso, lo mismo que lo que viene de un médico tiene que ver con las enfermedades, o lo que viene de un economista tiene que ver con el dinero, así lo que tiene que ver con Jesús tiene que ser religioso, es lo propio de la religión cristiana. Pero, ¿por qué precisamente laico? Es lo que vemos a ver, y por eso, comprobamos que ya en este enunciado hay un problema. Y consiste en el conflicto que se da entre la religión y el mensaje de Jesús. Se trata del conflicto entre lo laico y lo religioso. Y en ese conflicto entre lo laico y lo religioso, Jesús opta por lo laico, y rechaza la religión es decir, opta por el “laos”, por el pueblo, en sus dos acepciones, como pueblo elegido y como “ojlós”, pueblo, que se traduce como muchedumbre, como multitud. Entendemos que la religión consiste en una relación con Dios que se realiza por medio (relación “mediada”) de mediadores asociados a jerarquías, es decir, el clero (papa, obispos, curas), que entrañan un sistema de ritos, rangos y poderes sagrados, que implican dependencia, obediencia, sumisión y subordinación a superiores que son invisibles.El mensaje de Jesús es laico, no es religioso. El fue un profeta laico que anunció un mensaje tan profundamente humano que llega a toda la humanidad, tan profundamente laico que es subversivo al no acomodarse al orden establecido.
(Permítanme una nota de erudición: la palabra “laos”, pueblo, sale 55 veces en el Evangelio y tiene el significado teológico de pueblo elegido. La palabra “demos”, pueblo, sale solo 4 veces y significa pueblo desde el punto de vista sociológico. Y la palabra “ojlós”, pueblo, se repite 175 veces y significa esa muchedumbre de pobres, de campesinos, de niños, de gente inculta y analfabeta, de gente que no tiene nada, de enfermos, de vagabundos, de mujeres embarazadas, de prostitutas, de ladrones, etc. El pueblo lo forman esas multitudes que seguían a Jesús, Mt. 4:25 Lo siguieron grandes multitudes procedentes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania. Mt. 5:1 Al ver Jesús las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos. Mt. 7:28 Al terminar Jesús este discurso, las multitudes estaban impresionadas de su enseñanza.)
Vamos a examinar este conflicto en tres apartados para tratar de verlo con la mayor claridad posible. Jesús es un profeta laico, el mensaje de Jesús es universal y su mensaje es subversivo.

1.- Jesús fue un Profeta laico:
Solo un laico como Jesús puede predicar un mensaje laico, no religioso.
Jesús fue un profeta laico. No fue sacerdote, ni funcionario de la religión, ni maestro de la ley, ni nada parecido. Es más, Jesús vivió y habló de tal manera que pronto entró en conflicto con los dirigentes de la religión de su tiempo, los sacerdotes y los funcionarios del Templo, que eran los representantes oficiales de “lo religioso” y “lo sagrado”.
Jesús no es un líder religioso, al estilo de Nelson Mandela, Martín Lutero King, o Gandhi, o Dalai Lama. (Aunque sean también profetas de nuestro tiempo).Y los cristianos no somos seguidores de un líder religioso, sino que seguimos a un Profeta laico
El líder es una persona que es seguida por otros que se someten a su autoridad. Suelen tener un indiscutible peso moral o político o espiritual entre la gente. Jesús cita frecuentemente a los profetas de Israel y explica su misión como cumplimiento de la profecía de Isaías: El Espíritu del Señor descansa sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor”.

Un profeta no es el que pronostica el porvenir, el profeta no es un adivino. “Es un hombre llamado por Dios para trasmitir su palabra, para orientar a sus contemporáneos el camino a seguir en sus vidas”. Jesús es el último de los profetas de Israel. Es el que anuncia el Reino de Dios, aunque no lo define, es el que anuncia la liberación de los pobres.
Jesús fue un profeta que vivió de tal manera que en cuanto empezó a actuar y hablar en público, entró en conflicto con los responsables de la religión, los teólogos, y los más estrictos observantes. Jesús no aceptó la religión de su tiempo. Lo central en la vida de Jesús no fue lo religioso, sino lo humano y la humanidad. Jesús se puso de parte de la vida y de la felicidad de los seres humanos. Jesús fue un piadoso israelita que tuvo una fuerte experiencia de Dios, a quien llamaba Padre y que fomentaba la oración no en el templo, sino en el monte, en sitios solitarios y silenciosos. La religiosidad de Jesús no estuvo vinculada al templo ni a los rituales sagrados. Porque la Religión siempre fomenta la desigualdad y también la sumisión.
Dos principios netamente humanos, la libertad y la igualdad, enunciados en el art, 2 de los Derechos Humanos, chocan frontalmente con la religión. Porque la religión es jerarquía y obediencia y produce desigualdad y sumisión.Por supuesto, jerarquía y obediencia a Dios. Pero no sólo a Dios. Sino jerarquía y obediencia a Dios a través de los “mediadores”, es decir, del clero (papa, obispos, curas) que son parte esencial en la religión. Ahora bien, jerarquía es lo mismo que desigualdad (de rangos, dignidades, poderes, categorías...). Y jerarquía es lo mismo que sometimiento, de unos (los que obedecen) a otros (los que mandan). Sometimiento en dogmas, ritos, normas, tradiciones...). Por tanto, donde hay religión no puede haber libertad, ni puede haber igualdad. Lo cual no quiere decir que donde hay relación con Dios no pueda haber libertad, ni pueda haber igualdad. Una cosa es la relación con Dios. Y otra cosa es la relación con la religión de lo sagrado, con sus jerarquías y sus consiguientes desigualdades y sumisiones. Jesús es contrario a la religión, no fundó ninguna religión.
Jesús es el profeta de la libertad. Cumplió perfectamente la profecía de Isaías de proclamar la libertad a los cautivos de la ley religiosa, y la libertad a los oprimidos por el sistema. Pensó y actuó completamente independiente, al margen de la mentalidad oficial impuesta por la religión establecida y por la política del imperio. Jesús ofrece una visión diferente de la oficial, mira al mundo desde abajo, una mirada a ras de suelo capaz de darle la vuelta a lo que existe. No se sometió a los dictámenes de las jerarquías políticas y religiosas de su tiempo. Por no someterse a ese imperio de la ley, Jesús fue perseguido, insultado, amenazado, juzgado, condenado y ejecutado por los representantes jerárquicos y mandatarios de la religión del templo. Y por las amenazas y condenas de los poderosos del imperio romano.
La religión y la política fomentan la mentalidad sumisa, para mantener su poder. Y sabemos por experiencia que la sumisión sin condiciones, (porque lo ha dicho el papa o los Obispos, o lo ha dicho el Presidente del Gobierno) nos da seguridad. Es un hecho que la Iglesia da abundantes muestras de estar más interesada en imponer deberes a la gente, que en defender los derechos de los ciudadanos. Y esto es lo que, desemboca en un sistema “moralmente empobrecido”.Porque fomenta y desarrolla en las personas caracteres de servilismo, de infantilismo, que suplica y espera los “favores” del amo, del patrono, del superior o del jerarca que gobierna. El mensaje de Jesús es todo lo contrario, nos ofrece libertad.
Todo esto es lo que explica por qué Jesús no se pone de parte de la jerarquía, sino que se puso de parte de “los últimos”. Y se enfrentó con “los primeros”. Estuvo siempre con los de abajo, no con los de arriba. También se puso de parte de “los pequeños” (los niños), y se enfrentó a “los grandes” (los sumos sacerdotes). De la misma manera que tuvo conflictos con “los poderosos” y se hizo amigo de “los débiles” (cf. Lc 1, 51-53). En otras palabras, Jesús se puso de parte de las víctimas del sistema religioso-político, que se basa y se mantiene sobre el fundamento de las jerarquías sagradas, los poderes sagrados, las dignidades que vienen de arriba, de los privilegios que merecen los dignatarios de “dios”...
Jesús vivió de tal manera que su relación con el templo fue tal, que las jerarquías de la religión se dieron cuenta de que lo que ellos representaban y lo que Jesús representaba eran dos cosas incompatibles. Por eso los jerarcas de la religión lo condenaron a muerte (cf. Jn 11, 47-53). Pero la religiosidad de Jesús fue una religiosidad alternativa a la judía, una religiosidad que no soporta las ataduras con los poderes del orden presente: el honor, el dinero, el poder, para someter a los demás.
Jesús fue un hombre, nacido de mujer. Pero, en aquel hombre se reveló Dios. Por tanto, en Jesús, Dios se fundió y se confundió   con lo humano. Lo que aparece en los evangelios es que las tres grandes preocupaciones de Jesús fueron: 1) que la gente esté sana, no enferma (curaciones); 2) que la gente no pase hambre (comidas) 3) las relaciones humanas, o sea que sepamos respetarnos, tolerarnos, ayudarnos, entendernos y querernos. Esa es la clave de los grandes intereses de Jesús. Lo cual quiere decir que Jesús planteó una religiosidad totalmente laica, de forma que sólo desde la laicidad, es posible entender el Evangelio y vivirlo.
Las características esenciales de Jesús como profeta se pueden resumir en estos tres aspectos:
1) Jesús es un profeta itinerante:
Jesús no es un hombre que se queda en su casa de Nazaret, tampoco se instala en Cafarnaúm, sino que recorre las aldeas de Galilea. Su predicación fue en Galilea. (Mc.1,14). Jesús, para realizar su misión docente, no se fue a la capital, Jerusalén, ni siquiera a la importante provincia de Judea. Jesús se fue enseguida a una región lejana, habitada por humildes campesinos y pescadores pobres. Esto significa que la primera decisión importante que tomó Jesús, fue la de irse a vivir y a desarrollar su actividad, a predicar su mensaje, en la región donde está el pueblo más pobre y desheredado, a Galilea. Al llegar a una aldea Jesús busca el encuentro con los vecinos. Se acerca a las casas deseando paz a las madres y a los niños. Recorrió casi todos los pueblos situados en torno al lago. El profeta es un hombre público: su lugar es la calle, la plaza pública, los senderos, el campo. Se halla en contacto directo con su mundo, con los vecinos, con los campesinos pobres. Va a la sinagoga donde los vecinos se reúnen los sábados. Conoce el desencanto de la gente, la opresión de los políticos, el lujo de los poderosos.
2) Jesús es un profeta subversivo.
Lo que la gente percibe de su predicación es que Jesús pone en cuestión la soberanía absoluta y exclusiva del emperador romano. Para entrar en el Reino hay que salirse del imperio de Roma. No es posible servir a dos señores. No es posible aceptar el Reino acogiendo a Dios Padre, defensor de los pobres y seguir al mismo tiempo acumulando riquezas a costa de ellos. Por eso, entrar en el Reino, aceptar los valores del Reino, es salirse de ese imperio donde tratan de imponerse los jefes de las naciones y los poderosos del dinero. De esto habaremos más adelante.
3)Jesús es un hombre amenazado:
Es amenazado porque no invita a la gente a la resignación, sino a la lucha esperanzada. La actual situación tiene que cambiar. Lo que anuncia es el Reino que tal y como él lo presentaba tenía que ser algo muy sencillo al alcance de aquellas gentes. Lo primero de todo y lo más importante es la Vida y la felicidad de la gente, luego vendrá la religión. No quiere que se hagan falsas ilusiones, sino que recuperen su dignidad. Jesús comunica su propia experiencia de Dios, no la que se venía repitiendo en todas partes de modo convencional. Eso no satisface a nadie. El anuncio del Reino es una denuncia de la injusticia y la opresión. Hoy, el anuncio del Reino es anunciar una sociedad alternativa, proclamar que “otro mundo es posible”, otro mundo donde no reinen los imperios, ni los césares, ni los falsos dioses como el Dinero y el Mercado. Jesús anuncia la liberación de los pobres, una vida humana digna para todos. Los poderes políticos y religiosos no podían soportar semejante lenguaje y le perseguían y amenazaban de muerte constantemente. El que yace en la cruz es un delincuente, condenado por no someterse al poder religioso ni al poder político. A su lado están dos subversivos políticos (es lo que significa la palabra griega “lestai”) no entre dos vulgares ladrones como nos han dicho tantas veces.
2.- El mensaje laico de Jesús es un Mensaje universal :
El mensaje de Jesús por ser laico es universal. Porque lo laico es aquello que pertenece al pueblo, a aquello que somos todos y en lo que coincidimos todos, es decir, en la igualdad, porque todos somos seres humanos, al margen de toda creencia o etnia, cultura o ideología. Todos pertenecemos a la única raza humana que existe en el Planeta Tierra. Abarca a toda la humanidad de todos los tiempos y culturas, es lo más profundo de la existencia humana.
Jesús presenta un mensaje que va más allá de cualquier religión, está destinado no solo al pueblo elegido, sino a toda la humanidad, a todos los seres humanos. Jesús es patrimonio de la humanidad, no solo de los creyentes. Rebasa completamente las fronteras de la Iglesia católica y las demás iglesias cristianas. Nos ha dado a conocer a Dios, como Padre, como dador de vida, que quiere la vida y la felicidad para todos los seres humanos, sin ninguna distinción de razas ni de credos, porque todos son sus hijos e hijas. La inmensa mayoría son pobres, en la actualidad suman más de las 2/3 partes de la humanidad. Esta es su elección y su predilección. El Dios de Jesús es el mismo dios que el Dios de los musulmanes, o budistas o protestantes, hinduistas, sintoístas o confucionistas. Existe un solo dios.
3.- La laicidad del Mensaje de Jesús:
Hay tres pasajes que indican la amplitud y la laicidad del mensaje: una, lo encontramos en las bienaventuranzas, otra, en la misión de los 72, y la tercera, en el juicio final.
1) La fuerza de las llamadas Bienaventuranzas no está en su religiosidad, sino en la alternativa laica que promete. El reino de Dios se traduce hoy por la sociedad alternativa. El reino está presente no en lo religioso sino en lo laico, en lo que coinciden todos los seres humanos, y se identifica con lo ético, con la forma de vivir. La formulación laica de las llamadas bienaventuranzas se da en hoja aparte.
2) En esa misión lo que Jesús encomienda a los 72 discípulos no es ninguna tarea religiosa, tal como sería enseñar una doctrina, dar una catequesis, organizar unas celebraciones rituales, o imponer unos mandamientos divinos. Nada de eso. Lo que les encarga es una tarea secular, laica. ¿En qué consiste? En remediar en lo posible el sufrimiento humano: “curad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad demonios (Mt, 10,8). Es decir, en su conjunto, se trata de curar las heridas que ha producido ese sistema político-religioso que reinaba en Israel y que se parece mucho al que tenemos ahora. Y además, todo eso darlo de balde, sin cobrar nada. Jesús no encomendó a los discípulos una misión religiosa, sino una misión humanitaria.
3) En el relato del Juicio Final, todos sabemos cuál es el criterio de Jesús: en ese mensaje a todas las naciones, lo definitivo en el momento culminante de enjuiciar nuestra vida, no tendrá nada que ver con la religión, sino con lo que hagamos o dejemos de hacer, con los más necesitados y excluidos de la sociedad. Es decir, con los que tienen hambre, con los emigrantes, los enfermos, los presos, las prostitutas.
4.- El Mensaje laico de Jesús es un mensaje subversivo:
Jesús no fundó la Iglesia, ni la religión, sino un movimiento de fe, implantando en el mundo una revolución. En el Evangelio de Lucas, en el interrogatorio ante Pilatos, las masas le gritan tratando de acusarle: “Este subvierte (solivianta) al pueblo enseñando por todo el país empezando en Galilea”. Soliviantar, es “Inducir a alguien a la oposición o a la rebeldía”: incitar, agitar, alborotar. El verbo griego ἀνασείω aparece solo dos veces en el NT: Mc 15,11: “Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir que les soltara mejor a Barrabás”. Y en (Lc 23,5) el pueblo, la muchedumbre, le acusa ante Pilato; “Ellos (la gente) insistían “Solivianta al pueblo enseñando por todo el país judío; empezó en Galilea y ha llegado hasta aquí.”
(Otra nota erudita: Lucas 23:5 οἱ δὲ ἐπίσχυον λέγοντες ὅτι ἀνασείει τὸν λαὸν διδάσκων καθ᾿ ὅλης τῆς Ἰουδαίας, καὶ ἀρξάμενος ἀπὸ τῆς Γαλιλαίας ἕως ὧδε. La traducción literal es: “Ellos insistían diciendo que solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, empezando desde Galilea hasta aquí”.
El verbo “anaseíô” аνασειω está compuesto por la preposición “ana” y el verbo original “seíô”. Este verbo significa “agitar, sacudir, hacer temblar”. De este verbo deriva “seismós” de donde viene nuestro ·”seismo”, terremoto. La preposición “aná” significa “arriba, hacia arriba”. Es muy significativo el verbo “anístemi” (ana-hístemi), que significa “colocar hacia arriba, levantar” y que es el verbo que se utiliza con frecuencia para designar la resurrección: “Dios lo levantó de entre los muertos” o simplemente “Dios lo levantó, lo resucitó”. Aquí significa levantar al pueblo contra los de arriba.)
Soliviantar significa mover el ánimo de la gente para inducirle a adoptar una actitud rebelde u hostil en orden a cambiar el orden público y moral, dice el Diccionario de Lengua. La manera de soliviantar que tiene Jesús no es violenta, es “enseñando”. La enseñanza es una forma de subvertir el orden establecido: poner las cosas patas arriba. Jesús no estaba de acuerdo con la escala de valores de aquella sociedad que no es muy distinta de la nuestra de ahora. Lo de arriba lo pone abajo. Lo que consideramos como perdido es lo que vale, lo que todo el mundo estima que es bueno, no es tan bueno. Lo que se tiene por poder es debilidad. Siempre prevalece la vida sobre la muerte, la verdad sobre la mentira, la libertad sobre la dependencia. Y siempre el amor por encima de todo.
La subversión consiste en tratar de sentar los pilares de una sociedad que no se basa en los valores del dinero, el prestigio y el poder, sino en la libertad, la justicia y el amor. Jesús desplazó lo central de la religión de su tiempo, el Templo, la Ley y los sacerdotes, hacia lo humano y la humanidad. Se pone de parte de la vida y de la felicidad de todos los seres humanos. El centro de la religión no está en lo dogmático, ni en lo ritual, ni en lo sagrado, sino en lo ético. Jesús nos ofrece un “proyecto de vida”, no una serie de prácticas religiosas. Para Jesús lo sagrado es lo humano, no lo religioso. El proyecto de Jesús (laico) es incompatible con el proyecto de la religión. Jesús rechaza la religión de un Dios excluyente y un Dios violento. Jesús no se identifica con ninguna religión. Tampoco con el cristianismo. Creer en el Evangelio es sacar de nosotros mismos todo lo que es más humano, lo más común de todos los seres humanos, se trata de otra forma distinta de ver el mundo, de entender la sociedad, de crear la verdadera fraternidad que respeta los derechos humanos. No a una espiritualidad desencarnada, sino una vuelta al Jesús histórico que nos anunció un Dios-Padre misericordioso y compasivo, un Dios-Amor que quiere entrañablemente a todos sus hijos, y que denunció a los poderosos que oprimen, y se comprometió con los pobres y excluidos. Menos religión y más seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús supone ir detrás de él, renunciar a la seguridad que da el sistema y cargar con la cruz de buscar en cada momento el auténtico modo de acompañarle. Y eso se resume en cuatro afirmaciones que Jesús hizo: “No podéis servir a Dios y al dinero”, “No deis a ningún César lo que es de Dios”, “Sed compasivos, como vuestro Padre celestial es compasivo” y “Los últimos serán los primeros”.
Jesús está por el cambio, no puede dejar las cosas como están, porque el mundo que él vivía era injusto: unos vivían muy bien a costa de otros que lo estaban pasando mal. Jesús no puede quedarse impasible, mirando para otro lado, al ver las masas arrastrándose por la pobreza y la miseria. “Se me conmueven las entrañas al ver a esta gente”. (Mc. 8,2). Lo cómodo es seguir como siempre sin cambiar nada. La indiferencia es la que se queda con los brazos cruzados, no hace nada ante el dolor ajeno. Y esto hace más daño que la misma violencia que causa el sufrimiento humano. No parece que la Iglesia quiera cambiar cosas importantes para la fe de los creyentes.
Permítanme un paréntesis subversivo respecto a la institución Iglesia:
Mientras siga mandando y gobernando la Curia Romana, otra Iglesia es imposible.
Mientras siga vigente el actual Código de Derecho Canónico que entroniza al Papa como un Rey Absoluto, otra Iglesia es imposible.
Mientras esta institución eclesiástica siga atada y bien atada a este Capitalismo perverso, otra Iglesia es imposible.
Mientras siga formando parte de las estructuras de esta Globalización financiera y especulativa, esta Iglesia no puede abrir la boca para pronunciar el Mensaje de Jesús.
Mientras no sea capaz de reconocer los Derechos humanos dentro y los exija hipócritamente fuera, otra Iglesia es imposible.
Mientras siga existiendo el Vaticano como Estado pontificio con sus riquezas, su cuerpo diplomático y su poder político, otra Iglesia es imposible,
Mientras continúe en el entramado político, económico, jurídico y social del mundo de los ricos, es imposible que pueda decir una palabra al mundo de los empobrecidos. Se encuentra situada en la línea base del Sistema que hace cada vez más pobres a los pobres, y más ricos a los ricos. Ha olvidado completamente la sentencia de Jesús que dice que “no se puede servir a dos señores, no podéis servir a servir a Dios y al Capital”.
Esta Iglesia no existe, no tiene nada que ver con el Mensaje de Jesús.
Después de este paréntesis, vamos a ver, finalmente, las dos preferencias escandalosas
de Jesús: los perdidos y los últimos.
A) Preferencia por los perdidos
Las parábolas son un ejemplo claro de la rebeldía de Jesús ante el orden establecido. Aparecen dos grupos de personas: la gente respetable y la gente insignificante, los don nadie, las mujeres, los enfermos, los que no figuran en esta sociedad. En estas parábolas Jesús hace patente que lo que tendría que ser lo normal en la vida, es lo “raro”. Estas parábolas presentan la vida tal y como es y por otra parte la vida tal y como tendría que ser o como podría ser. ¿Es normal que el hijo que dilapidó toda la fortuna de su padre y viviendo desenfrenadamente le organicen una fiesta por todo lo alto cuando vuelve a casa? Este es el hijo perdido, nada de “hijo pródigo”, hijo perdido. Jesús pone la vida al revés. Tiene preferencia, tiene un cariño especial por los perdidos. Jesús hace fiesta, se alegra, por la vuelta de su hijo que “estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y se le ha encontrado” (Lc. 15.24). Igual le pasa con la oveja perdida (Lc.15,6). Lo mismo que con la moneda que había perdido la mujer. Tiene menos valor el hijo mayor que se queda en casa. Tienen menos valor las 99 ovejas que se quedan en el redil, o el resto del dinero que tiene en su casa la mujer, que lo que ha perdido. Lo que para la mayoría no tiene valor, lo que está perdido, eso es lo que prefiere Jesús ¿Quiénes son los que pierden y quienes los que ganan? Jesús vino buscando los “balas perdidas” para salvarlos. Todo lo contrario de lo que podría hacer el Derecho Canónico.
B) Preferencia por los últimos:
Jesús lo dice muy claramente: “Los últimos serán los primeros” (Mc 10,31).Frente al reinado del dinero y del poder Jesús introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que la sociedad, les den la primacía para construir un mundo sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad posible entre seres humanos convocados a ser hermanos. La pasión por el Reino de Dios, es decir, por la realidad histórica, se convierte en pasión cristiana por la primacía de los últimos. Jesús crea una especial sensibilidad e interés por conocer y transformar las condiciones de vida en que se encuentran los últimos de cada sociedad y de la humanidad en su conjunto. Realiza una fuerte crítica y denuncia de los mecanismos de riqueza y poder que causan esa situación, y un comportamiento por la emancipación de los empobrecidos que tienen que constituir el centro de toda la vida colectiva hasta que dejen de serlo. A Dios solo se le puede acoger construyendo un mundo que tenga como primera meta la dignidad de los últimos.
Los últimos son los más necesitados de todo, de comida, de aprecio social y humano, a los que no se les reconocen sus derechos, los analfabetos, los que viven sin dignidad, esos, los pobres, los parados, los sin techo, los que tienen hambre, los que desprecia casi todo el mundo, los inmigrantes, los que viven años y años en campamentos de supervivencia, es decir, los últimos, los nadie, los olvidados, los que sobran en esta sociedad, todos esos son los primeros para Jesús, los que requieren toda su atención. Se trata de una inversión radical de los valores y de la situación establecida. Jesús corta por lo sano y lo dice sin rodeos “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35). Jesús es un raro, un hombre extraño, todo lo saca de quicio. Un subversivo.
Como conclusión, y ya termino, podemos decir que el Mensaje de Jesús es laico, porque es lo más humano, y al mismo tiempo es lo más universal. Y lo más humano y lo más universal es casi siempre lo más subversivo. Y podemos añadir que lo más humano es también poder confiar plenamente en otro ser humano. Que estas jornadas nos puedan servir para confiar un poco más en esa deliciosa y conflictiva humanidad de Jesús.
Muchas gracias. (anaxágoras)

PONENCIA EXPUESTA EN LA JORNADAS ANUALES DE C.P.S., CELEBRADAS EN MADRID LOS DÍAS 18 Y 19 DE OCTUBRE DE 2014.

LA SEDUCCIÓN DE JESÚS





 José Arregui Teología Necesaria


JESÚS: EL MENSAJE SUBVERSIVO
José Arregi
18 Octubre 2014
El título que se me ha propuesto habla a la vez de seducción y subversión. A primera vista, podrían parecer conceptos alejados entre sí. Seducir es cautivar el ánimo, y cautivar el ánimo parece más propio de un bello galán agraciado de palabra y de modales que de un subversivo provocador.
Jesús fue un subversivo y un provocador. No sabemos nada de su físico ni tenemos informe psicológico alguno de su personalidad, pero no fue ciertamente un galán seductor. No le interesaban las apariencias, ni le importaba la opinión ajena, ni cuidaba los modales. Eso sí, estaba dotado, como observa el evangelio de Marcos, de “autoridad”: esa fuerza de atracción, que emanaba de una persona y que puede ser irresistible. De Jesús emanaba esa fuerza en todos sus gestos. Y en su palabra. Era un genio de la palabra, lleno de imaginación creadora y de recursos retóricos: el aforismo y la máxima, la paradoja y la antítesis, la comparación y la parábola, que es una comparación desarrollada en forma de cuento. El mensaje y el estilo se fundían. Poseía el don de adecuar el estilo al contenido. Era incisivo sin ser mordaz, polémico sin ser agresivo. Sabía combinar a la perfección aspereza y dulzura, denuncia y evangelio. Su buena noticia provocaba conflicto, pero el conflicto se transformaba en gracia transformadora para quien estuviera dispuesto a cambiar de corazón, a dejarse seducir desde lo mejor para lo mejor.
Si alguna vez la muchedumbre del pueblo prendada de él, pronto se desengañó. Su propuesta no respondía a las expectativas de la masa. El poder religioso fue el primero en alarmarse: Jesús trastocaba demasiadas cosas, y era un peligro para el sistema religioso y para el equilibrio político. Es verdad que el poder imperial romano no se sentía demasiado amenazado por un profeta marginal no violento, pero más valía intervenir a tiempo y cortar por lo sano: tuvieron muy pocos reparos para dar por buena la acusación del Sanedrín judío: crucificaron, pues, a Jesús, dejando libres a sus discípulas y discípulos. Pero la llama de Jesús que había prendido en ellas, en ellos, no se apagó.
Aquí estamos hoy. La llama de la esperanza subversiva sigue viva, a pesar de todo. Queremos cuidar ese fuego de indignación y de paz, de bienaventuranza y rebeldía, para hacer frente a la codicia insaciable del Mercado –el peor de los terrorismos, la peor de las epidemias, mucho peor que el ébola–, para cuidar lo mejor de nosotros, para cuidar a las hermanas y hermanos que perecen, para cuidar la tierra y la vida amenazada de todos los vivientes, para curar y salvar la Vida.
Jesús nos inspira y nos impulsa. Inspirar e impulsar, impulsar desde la inspiración: eso es seducir en el mejor sentido de la palabra. Y para eso estamos aquí.

1. ¿Nos seduce Jesús porque su subversión fuera acabada?
¿Imagináis a Jesús como un hombre perfecto? ¿Y qué es un hombre perfecto? Un cuerpo perfecto no existe, aunque en otro sentido se podría decir que todo cuanto existe –una flor, una abeja, y no digamos un niño con síndrome de Down– es maravilloso y perfecto dentro de su limitación. Todos somos limitados, y Jesús también lo fue. Por ejemplo, un Jesús físicamente perfecto, sin limitación ni dolencia, no sería humano.
¿Lo sería un Jesús de inteligencia perfecta, que no sabemos ni en qué consiste? Por grande que fuera, aunque fuera muy superior a la de Sócrates, Leonardo da Vinci, Newton o Einstein, la inteligencia de Jesús sería la de un individuo de la especie humana Homo Sapiens, con una determinada capacidad cerebral y un determinado grado en el ejercicio de la misma. Si dentro de miles o de millones de años –por mutación natural o por tecnología genética o neuronal– aparece alguna especie (tal vez exista ya en el universo) con una capacidad cerebral muy superior al Homo Sapiens actual, esa especie podrá ser más inteligente que Jesús, Homo Sapiens judío de hace dos mil años, con 1.400 cm3 de cerebro, como nosotros.
Y así con todo. ¿O necesitamos pensar que Jesús estaba dotado de una psicología perfectamente equilibrada, y que nunca sintió angustia ni tuvo sentimiento negativo alguno para consigo o los demás, como nos pasa a todos? Ya nos gustaría tener el equilibrio y la espontaneidad, la firmeza y la ternura, la fortaleza y la sensibilidad de Jesús. Pero alguna vez aparecerá o haremos que aparezca un cerebro más logrado que el de esta especie que somos (y que fue Jesús), esta especie que sigue funcionando todavía en buena parte según los mecanismos “primitivos” del cerebro reptil, y que sigue sintiendo todavía los miedos, las rabias y las tristezas propias del viejo cerebro mamífero. También Jesús lo sintió. Espero que algún día pueblen nuestro querido planeta unos seres –humanos o no– que posean en un grado infinitamente mayor esas cualidades que llamamos “personales”: que sean más conscientes de su verdadero ser, más libres para hacer el bien, más felices siendo solidarios y más solidarios cuanto más felices.
¿Y pensáis que la espiritualidad de Jesús fue perfecta, es decir, que alcanzó la Conciencia plena, o que vivió en plenitud de paz y de armonía consigo mismo, con todos los seres, con el Todo o con Dios? También la espiritualidad depende y emerge del conjunto de todas las condiciones constitutivas del ser viviente en su relación.
Pues bien, ¿nos seduce menos Jesús porque no fuera perfecto? ¿Y necesitamos que fuera un revolucionario perfecto para dejarnos inspirar y animar, impulsar por él? No, no nos seduce menos porque muchos días sintiera miedo y desaliento, o duda y angustia, ni porque otros muchos días sintiera rivalidad o incluso resentimiento u otros sentimientos negativos, ligados todos ellos a nuestras conexiones neuronales... Y tampoco nos seduce menos porque no hubiera curado todas las enfermedades ni denunciado todas las injusticias sin desfallecer jamás. No nos seduce menos porque no hubiera llevado a cabo la subversión o la revolución acabada.
No nos seduce porque fuera un ser divino del cielo, enviado por Dios. Nos seduce porque fue un hombre de carne y hueso como nosotros, y porque alcanzó un grado de humanidad, de compasión y libertad, de sensibilidad y compromiso, que está en nuestras manos alcanzar. Jesús fue y sigue siendo profeta, sacramento, símbolo o encarnación de la Compasión liberadora y creadora. Por haber sido tan humano le confesamos divino, y en él reconocemos nuestro ser más verdadero y nuestra vocación más alta, con todas nuestras limitaciones, que fueron también las suyas en un grado o en otro.
2. Lo que vieron sus ojos. Una subversión de la mirada
La subversión de Jesús empezó en su manera de ver la realidad y de dejarse afectar por ella. La subversión de la vida comienza por la subversión de la mirada, y a la inversa. El corazón siente de acuerdo a lo que ven los ojos, pero los ojos ven de acuerdo a lo que siente el corazón. La realidad subvierte la mirada, y la mirada subvierte la realidad. Ojos que no ven corazón que no siente. Pero los ojos no ven cuando el corazón no siente.
Los ojos de Jesús vieron mucho dolor, y sus entrañas se conmovieron. Vio a su pueblo despojado de la tierra y del mar; la tierra sagrada de los padres pisoteada por la bota del imperio romano, y el mar de Galilea en “mar de Tiberíades”, una ciudad construida y habitada por romanos.
Vio la cultura secular de su pueblo amenazada por el helenismo global imperante; la identidad de las raíces ahogada por el frío universalismo del poder romano.
Vio a Herodes Antipas, rey vasallo de Roma, doblar los impuestos para sufragar sus obras monumentales y hacer méritos ante el poder imperial; y a las familias ahogadas por las deudas y el hambre. Vio a campesinos vender sus parcelitas de tierra y convertirse en arrendatarios, y a arrendatarios que no podían pagar las rentas vio convertirse en asalariados o esclavos.
Vio cómo la explotación, el desempleo, los impuestos excesivos y las deudas impagables enfermaban a la gente. Vio los caminos llenos de enfermos, abandonados a la caridad de los transeúntes.
Vio resquebrajarse la fe y la esperanza de la pobre gente en Dios: campesinos, pescadores, artesanos. Vio cómo entraba en crisis su último recurso, su único sostén: la confianza en el Dios de los padres y de las madres: ¿dónde estaba Dios? ¿Qué era Dios?
Vio también la riqueza injusta, insolente, insultante. Por ejemplo, en sus anuales visitas al templo, vio las mansiones de la parte alta de Jerusalén, donde vivía la aristocracia sacerdotal, lujosos edificios que, según han descubierto recientes excavaciones, estaban decorados con frescos y mosaicos de estilo romano, que poseían piscinas escalonadas revestidas de estuco, provistas de frascos de perfumes elaborados con vidrio fenicio…
Jesús vio y se conmovió. Se conmovió y se indignó. Se indignó y se comprometió en la transformación de aquella realidad doliente. Se comprometió porque sus ojos veían más a fondo, más allá, otro mundo posible.
Esa mirada de Jesús nos seduce. Nos seducen sus ojos cuando los miramos, y cuando vemos el mundo como ellos lo vieron. ¿Qué vemos? Vemos que 147 grupos  controlan el 40% de la economía mundial, que las 85 personas más ricas acumulan el equivalente de lo que ganan 3.057 millones de pobres del mundo. Y vemos, por mucho que no nos lo quieran enseñar, que cada año mueren de hambre en el mundo entre 13 y 18 millones de personas.
Vemos que la desigualdad, lejos de disminuir, va en aumento, y que el orden del mundo es un absoluto desorden: no hay fronteras para el gran capital, pero el gran capital impone fronteras y muros con concertinas allí donde le interesa. Los partidos buscan poder, pero cuanto más poderosos son más se someten a los dictados del Mercado, que es como hoy se llama a la “abominación de la desolación” (Mc 13,14), y una vez que alcanzan el poder se limitan a secundar las órdenes de aquél, las órdenes de Mamón, el ídolo insaciable.
Necesitamos volver a mirar los ojos de Jesús, y aprender a mirar como ellos, con esperanza a pesar de todo, con esperanza activa y transformadora.
3. Otro mundo le sedujo. Una subversión llamada “Reino de Dios”
A pesar de cuanto veían sus ojos, Jesús no se resignó. A pesar de lo que veían sus ojos, o más bien porque supo mirar con ellos más a fondo y desde más adentro. Vio que toda la realidad, tan herida e inacabada, habita en el corazón de Dios, el Misterio creador, liberador, transformador de todas las cosas, y que el Misterio de Dios habita en el corazón de todo, sobre todo en el corazón de los más oprimidos y sufrientes.
Llegó a la convicción profunda de que un mundo llegaba a su fin, de que otro mundo emergía imparable desde el Fondo de la realidad, desde Dios. “Levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación” (Lc 21,28). Estas palabras que Lucas pone en boca de Jesús resumen bien el mensaje, la praxis, la esperanza de Jesús. Pero no solo estaba convencido de que estaba muy cerca, sino de que ya estaba haciéndose presente con él la subversión liberadora, la transformación subversiva, el Reino de Dios.
“Reino de Dios”. Esta expresión nos resulta extraña, y además molesta; nos repele más que inspira. No podemos imaginar a Dios como el gran soberano del mundo, pues todos los soberanos han oprimido a los pequeños y han sucumbido a la tentación de la egolatría, la codicia y el poder absoluto. Pero por eso mismo Jesús, siguiendo la tradición profética, reconocía a Dios como único rey. Pues la realeza de Dios es lo más opuesto a la realeza de los reyes de este mundo. El reinado de Dios consiste en defender al extranjero, el huérfano y la viuda. El Reino de Dios es el mundo como Dios lo sueña, es decir, como lo sueña lo mejor de nosotros mismos y de todos los seres: un mundo justo y fraterno, un mundo bueno y feliz. El Reino de Dios es el nuevo mundo realizándose en este mundo, desde dentro de él.
El Reino de Dios es el mundo al revés. Jesús invirtió el mundo, invirtiendo los pilares que lo sustentaban. Desautorizó y depuso el honor social, que era en la época (y sigue siendo todavía) el valor supremo en toda la cuenca del Mediterráneo. Rompió con el modelo vigente de familia patriarcal, legitimada por una religión patriarcal. Curó enfermos, devolviéndoles la fe en sí mismos: “Tu fe te ha curado”. Las curaciones eran un gesto de compasión, sí, pero también un acto de rebelión contra el sistema político y económico que enfermaba a los pobres y empobrecía a los enfermos. Anunció la liberación a los pobres y pequeños, pero no les prometió que fueran a ser grandes o ricos.
Un mundo al revés. Por eso, el mensaje y la praxis de Jesús eran un desafío para el sistema establecido, religioso y político, para los poderes vigentes. Y nada lo pone de manifiesto mejor que sus parábolas. Jesús fue un extraordinario narrador de parábolas. Pero éstas no fueron en su boca en primer lugar relatos ejemplares, “parábolas de buen ejemplo”, sino ante todo y sobre todo historias provocadoras. Fueron “parábolas de desafío” (J.D. Crossan, El poder de las parábolas, PPC, Madrid 2014, pp. 51-142). Cuanto Jesús cuenta la parábola de los talentos, no invita a hacer producir intereses al capital recibido, sino más bien provocar “un debate en su auditorio entre la tradición romana a favor de los intereses en el contexto del imperio y la tradición judía anti-intereses de acuerdo con la Torá” (ib., p. 110). Cuando narra la parábola del buen samaritano, no pone el acento en cómo hay que comportarse, sino en que los buenos (los sacerdotes y los levitas) no socorren al herido y, en cambio, el malo (el samaritano) sí lo hace. Cuando dice que una vez fueron al templo un fariseo y un publicano, es –dice Crossan– como si un sacerdote católico empezara su sermón diciendo: “Un papa y un chulo fueron a San Pedro a rezar” (ib., p. 96). Y los evangelios en su conjunto son “parábolas de desafío sobre Jesús” (ib., p. 148).
Se comprende que Jesús provocara conflictos. La aristocracia sacerdotal y laica le puso en su punto de mira. Y su actividad pública no duró más allá de un año y medio o dos años (tal vez incluso solamente unos 8 meses).
No sucedió todo lo que Jesús esperaba, pero eso es lo de menos. Se comprometió en que sucediera: eso es lo decisivo. A ello nos seduce, llama y empuja. También hoy nos habita el sentimiento, avalado por muchos datos, de que estamos al final de un mundo y de que otro mundo está emergiendo. Hemos de hacer que emerja. ¿Cambiará realmente el modelo económico y político? Ha de cambiar, hemos de empeñarnos en provocar pequeños cambios parciales para un cambio total. ¿Nacerá otro mundo? Ha de nacer, hemos de sembrar sus semillas.
“Si no tenemos la fuerza de estrechar nuestras manos con las manos de todos, si no tenemos la ternura de tomar en nuestros brazos los niños del mundo, si no tenemos la voluntad de limpiar la tierra de todos los ejércitos; este pequeño planeta será un cuerpo seco y negro, en el espacio negro” (GUAYASAMÍN, Oswaldo, El tiempo que me ha tocado vivir, Instituto de cooperación iberoamericana, Madrid 1988).
4. Y logró seducir. Un grupo subversivo
Un movimiento carismático de discípulos y discípulas se formó pronto en torno suyo. Algunos hicieron como el propio Jesús había hecho: dejaron su trabajo y su familia, incluso tal vez a su mujer o su marido, y empezaron a hacer vida itinerante con Jesús.
En el grupo de sus seguidores de vida itinerante había también seguidoras, mujeres, cosa que debió de resultar muy difícil de digerir para la clase dirigente e incluso para la población en general. He ahí un grupo de hombres y mujeres que caminan, comen y duermen juntos al descampado. ¡Qué clase de profeta es éste que promueve tal promiscuidad! Y para entender todo el alcance provocador de ese hecho, hay que tener en cuenta otra cosa. La sangre menstrual no solamente volvía ritualmente impuras, es decir, incapacitadas para participar en el culto, a las propias mujeres, sino también a todos los que entraran en contacto con ellas. En un grupo mixto como el de Jesús, siempre podía haber alguna mujer en período de menstruación, y eso ponía a todo el grupo en permanente riesgo de impureza ritual. ¡Qué clase de grupo es éste! Es el grupo de Jesús, provocador y subversivo. Quiso que su grupo encarnara la renovación del mundo que anunciaban, siendo un movimiento de hermanas y de hermanos iguales y libres.
¿Cómo los sedujo Jesús para ese proyecto subversivo y exigente? Los sedujo más que nada despertando en ellas, en ellos, la lucidez de los ojos y la compasión del corazón. Los sedujo suscitando en ellos, en ellas, una profunda fe en sí mismos y en toda la realidad, que es otro nombre de la fe en Dios: la fe y la esperanza a pesar de todo, la fe y la esperanza transformadoras de todo.
Los sedujo a través de una radical revolución de valores: atribuyendo a los pobres los valores de la gente importante. Revalorizó a la gente sencilla transfiriéndoles los valores de la clase alta. A las mujeres sin lugar ni poder, a los campesinos, artesanos y pescadores los declaró capaces de las virtudes atribuidas a los reyes y a los grandes: "Porque ella vino del extremo de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y aquí hay uno que es más importante que Salomón" (Mt 12,42). Siendo como son trabajadores, Jesús los declaró sabios y les llamó a serlo, como si de unos aristócratas se tratara. Y les instó a ser pacíficos, pacificadores, magnánimos, actitudes consideradas en la época propias de los soberanos, considerados a su vez como seres divinos o hijos de alguna divinidad. Les enseñó a perdonar sin esperar nada a cambio, como solamente podían permitirse la clase superior. Los invitó a ser bienhechores y generosos en relación con los bienes, como la gente rica, y estimó más la limosna del pobre, el óbolo de la viuda, que las opulentas limosnas de los ricos.
Jesús dignificó a las clases más pobres, y les hizo creer en su propia dignidad, les transmitió la confianza profunda de que ellos podían los artífices del Reino de Dios, de la presencia liberadora y transformadora de Dios. Una revolución de la conciencia para llevar a cabo una revolución de la sociedad.
¿Y qué es la Iglesia sino la gran comunidad, hecha de comunidades, seducidas por esta esperanza subversiva de Jesús? Jesús no fundó ninguna Iglesia, pero la Iglesia, para serlo, ha de fundarse en Jesús. ¿Para qué sirve la Iglesia si no mantiene ardiente el fuego de Jesús que calienta los corazones y transforma sin cesar las estructuras? Jesús no estableció ningún sistema de dogmas, normas y ritos. No es el fundador de una religión, sino de un movimiento vivo, animado por una esperanza siempre nueva, renovadora de la vida. ¿Para qué sirven todos los dogmas, normas y ritos si no ayudan a la vida en su incesante renovación, en su irreductible pluralidad?
5. Contra la seducción de la violencia. Una subversión no-violenta
El mensaje del reino de Dios contenía un gran potencial de violencia: Dios quería llevar a cabo, y quería que ellos llevaran a cabo, una subversión del statu quo violento. Era grande la tentación de tomar las armas para acelerar la intervención divina y la subversión consiguiente. Para muchos, la situación era desesperada, la acción urgía. Eran lugartenientes de Dios, y había que ayudarle. La violencia seduce fácilmente más a quienes ya no pueden más y no tienen nada que perder. La violencia es el recurso de cínicos poderosos o de impotentes desesperados.
En su anuncio y realización del Reino de Dios, Jesús optó claramente por la no-violencia, por la resistencia activa no violenta contra el poder imperial violento. “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre del cielo” (Mt 5,44-45). Es como si les dijera: “Dios es el verdaderamente poderoso, y por eso no es violento: sed como Dios”. Consta, sí, que hubo debate al respecto entre los discípulos en vida de Jesús y después de su muerte; en los evangelios hallamos datos contradictorios: a sus discípulas y discípulos Jesús los envía sin bastón para defenderse en Mt 10,10 (Lc 9,3); pero no así en Mc 6,8; les invita a hacerse con espadas en Lc 22,36, y les disuade de utilizarla en Lc 22,38.49-52). ¿En qué quedamos? Dicen los entendidos que el material más antiguo (la fuente Q), el más originario, Jesús prohíbe la utilización del “bastón”. Una prueba indirecta del carácter no violento del movimiento de Jesús es que Pilato lo crucifica solo a él, por ser un revolucionario, pero deja en paz a sus discípulos, porque era un revolucionario no violento.
En una situación marcada por la violencia estructural y por la violencia revolucionaria de reacción, Jesús no utiliza una retórica violenta, apela a un Dios no violento, promueve un movimiento inspirado "en una visión de amor y reconciliación" (G. Theissen, El movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, p. 251), en un Dios no violento, con una retórica no violenta.
Estimuló la acción “sin estimular la violencia (G. Theissen, o.c., p. 278). Incentivó directamente actitudes y estrategias no violentas. Hace falta creer mucho en sí mismos para emprender una revolución sin recurrir a la violencia, y Jesús les transmitió esa profunda fe en sí mismos y en el poder de su proyecto subversivo no violento. Señalaré algunos elementos de esa estrategia no violenta (G. Theissen, o.c., pp. 274-297).
Asignó a sus seguidoras y seguidores el poder de curar: "Os he dado poder para pisotear serpientes y escorpiones y para dominar toda potencia enemiga, y nada os podrá dañar" (Lc 10,18). "No necesitáis ejercer la violencia, pues tenéis un poder superior".
Imaginó una serie de gestos que servían para encauzar simbólicamente la violencia, sin ejercerla. El bautismo es uno de esos gestos: la ocupación romana ha profanado la tierra, y el bautismo de conversión es una forma de volverla sagrada; "el poder del agua es superior al poder de las armas". O el gesto simbólico de destrucción del templo: el sistema religioso entero y el sistema social segregador basado en él es puesto enteramente en tela de juicio, aunque de manera indirecta, simbólica, sin un programa organizado. O el nombramiento de los Doce: significa la restauración de Israel, pero sin un plan de acción política. O la "entrada triunfal" en Jerusalén, pero sin proclamarse mesías político liberador.... O el sacudir el polvo de los pies allí donde no son bien recibidos (Lc 9,3-5): también es un gesto de violencia simbólica que controla el mecanismo de la violencia real. En resumen, Jesús "no ejerció ninguna política de poder, pero hizo política por medio de acciones simbólicas" (G. Theissen, o.c., p. 283).
Propuso también otras estrategias para procesar la agresión. Así, insistió en el "no matarás" y el "amarás al enemigo" (Mt 5); exigió el perdón setenta veces siete (Mt 18,21s); desplazó la agresión al "demonio" en forma de exorcismos (Beelcebú es el poder que oprime a Galilea); insistió en la "autoestigmatización" (nadie debe considerarse mejor que otro cualquiera: “Mira la paja en tu ojo antes que la viga en el ajeno”; "No juzguéis y no seréis juzgados").
Así lograba controlar la violencia potencial de su mensaje. Y la no violencia es más transformadora que la violencia. “Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra” (Mt 5,5). Los “mansos” son los “no violentos”. La mansedumbre es “una valentía sin violencia, una fuerza sin dureza, un amor sin cólera” (André Comte-Sponville, Pequeño tratado de las grandes virtudes, Espasa Calpe, Madrid 1996, p. 225).
6. “Dichosas vosotras/os”. La subversión de la felicidad
Jesús sedujo a sus discípulas y discípulos llevando a cabo una “revolución de valores” en lugar de una “revolución de poder” (Theissen 2005, 249). Los educó en valores, podríamos decir. Pero ¿qué significa esto? A veces se habla de “valores” como si fuesen objetos valiosos o mandamientos divinos que es preciso guardar. “Educación en valores” suena a veces como “educación en principios éticos absolutos”. Si fuera así, poco habríamos cambiado, seguiríamos aferrados al mismo esquema
Jesús educó en las bienaventuranzas. Pero las bienaventuranzas no son mandamientos, sino promesas. Tampoco son en primer lugar un programa de acción, sino una oferta de liberación. No anuncian el premio en el más allá para los miserables de aquí, sino la inversión de la situación para todos los que viven en la miseria: los pobres campesinos ahogados por las deudas vivirán dignamente, los hambrientos tendrán pan, los que lloran serán consolados. “Suyo es el Reino de Dios”.
Es decir, Dios está de su parte, la Vida y el Bien están de su lado, y la Vida y el Bien son más fuertes que todos los poderes que matan. El que lo experimenta es como si hubiera descubierto el tesoro escondido, la perla preciosa. O la realidad más verdadera, más allá de todas las apariencias.
Y el que lo descubre se transforma a sí mismo y entonces se vuelve transformador de las estructuras –y también a la inversa–, se siente liberado y entonces se hace liberador. Pero también a la inversa: se transforma a sí mismo en verdad quien transforma su entorno, es libre solamente quien libera, aunque sean solamente semillitas de liberación. Semillitas poderosas como la vida, como la felicidad.
¿Qué subyace a las Bienaventuranzas de Jesús sino la experiencia de un gran gozo? Es el gozo de saber que el Reino de Dios es inminente, es más, se hace ya presente, la situación ya se invierte, los pobres ya se liberan. Y eso conlleva mayor conmoción en la tierra que si los astros del cielo cayeran sobre ella.
Otros profetas en tiempo de Jesús, como su maestro Juan el Bautista, anunciaron la inminente intervención divina y el inminente vuelco de la realidad. Lo propio de Jesús es precisamente la convicción de que Dios ya está actuando, el vuelco ya se está dando, la liberación ya está en marcha: los cojos andan, los ciegos ven, los afligidos son consolados, los pobres recuperan el pan y la dicha, son protagonistas de su propia liberación. “El Reino de Dios ya está entre vosotros”, decía Jesús. Y no se refería a un Reino de Dios espiritual, solamente interior. Se refería a que la gran transformación estaba en curso.
¿Se confundía Jesús? Es un interrogante grave, visto el mundo en que vivimos. Pero las Bienaventuranzas nos educan o nos seducen, nos invitan a invertir la mirada y las fuentes de la felicidad, a mirar más adentro y palpar la presencia del Reino o de Dios o de la Vida en el corazón de la realidad sufriente y en el corazón de nuestro pobre corazón. En medio de todas las contradicciones, el mundo está lleno de semillas de Reino, el mundo está lleno de Dios, y eso es lo más real. Quien lo ve se siente más feliz, y quien se siente más feliz se hace subversivo como Jesús. Somos subversivos de los de verdad, como lo fue Jesús, si somos felices de verdad, como lo fue Jesús.
7. “Misericordia quiero, no sacrificios”. La subversión de la religión
Contra los tópicos antijudíos presentes en los mismos evangelios canónicos (sobre todo en Mateo y Juan) y profusamente difundidos en la teología, la predicación y el imaginario común de los cristianos, la investigación histórico-crítica de los 30 últimos años ha puesto de relieve con razón el carácter profundamente judío, incluso más precisamente galileo de Jesús. No podemos negar que fue un hombre religioso, un judío piadoso, fiel a la Torá. Oraba con los salmos y otras oraciones judías. Cumplía los preceptos rituales de la pureza y del ayuno. Acudía al templo de Jerusalén. Respetaba la autoridad de los sacerdotes.
Pero tampoco podemos negar que tuvo sus más y sus menos con la religión judía y, desde ahí, con la religión en general. No infringía las normas por principio, pero anteponía la necesidad humana a la norma religiosa; no fue muy observante de las normas de pureza, especialmente en lo que toca a las abluciones de las manos y al contacto con los enfermos (recuérdese la escena en la que toca a un leproso para curarlo); infringió a menudo la ley del ayuno, y la ley del descanso sabático; sobre todo, comió con gente considerada impura y pecadora. Y formuló un principio que lo dice todo y que todo lo pone en tela de juicio: “El sábado es para la persona, no la persona para el sábado”. ¿Para qué es el sábado y toda ley religiosa sino para curar? Si no cura, está de sobra. Y si enferma, hay que dejarla de lado. Y, cuando los escribas y las autoridades religiosas le tomaban cuentas de su libertad y de sus infracciones, él no se justificó apelando a ninguna autoridad externa, como si no necesitara rendir cuentas a nadie, como si su propia autoridad personal bastara, como si él mismo pudiera erigirse en intérprete de la voluntad de Dios por encima de todas las otras instancias.
Con ocasión de una de sus visitas a Jerusalén en la Pascua, hizo un gesto provocador y subversivo de destrucción del templo. Y ésa fue la gota que colmó el vaso y que provocó la inmediata intervención del Sanedrín y, a demanda de ésta, de la autoridad romana.
Hizo suyo y llevó al extremo el principio más subversivo para toda religión establecida: “Misericordia quiero y no sacrificios. Misericordia quiero y no creencias. Misericordia quiero y no culto. Misericordia quiero y no moral”. La verdadera religión es cuestión de bondad (P. Ricoeur): no tiene otro objetivo que liberar el fondo de bondad de todas las personas. El Evangelio de Jesús es cuestión de bondad.
No sé si el cristianismo como sistema religioso de creencias, ritos y normas morales podrá sobrevivir a la profunda metamorfosis cultural que estamos viviendo, pero pienso que el espíritu y la praxis de Jesús siguen teniendo y seguirán teniendo plena vigencia en otro paradigma cultural y religioso distinto. La libertad y la rebeldía de Jesús, su osadía y creatividad, su sensibilidad y compasión, su projimidad sanadora, su comensalía abierta, su espíritu de “igualdad y fraternidad”, su coherencia y fidelidad hasta el fin… todo eso son claves muy actuales para otro mundo necesario y posible. Y la clave es la fe y la praxis de la bondad, una fe en la bondad que aúna indignación y mansedumbre, desapego y compromiso, paz y subversión.
8. El aliento que transforma. Una esperanza subversiva
Recientemente apareció en EL PAÍS un magnífico artículo de Byung-Chul Han, “¿Por qué no es posible la revolución?” (3 OCT 2014). No era una declaración de rendición, ni una llamada al conformismo o a la resignación. Era un lúcido análisis de cómo el sistema neoliberal opresor, impío, explotador, está infectándolo todo y, a la vez, diluyéndose e invisibilizándose de tal manera, que nadie sabe ya dónde está el enemigo, contra qué o contra quién hay que rebelarse. “El poder estabilizador del sistema ya no es represor, sino seductor, es decir, cautivador. Ya no es tan visible como en el régimen disciplinario. No hay un oponente, un enemigo que oprime la libertad ante el que fuera posible la resistencia. El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario, en empleador de sí mismo. Hoy cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Cada uno es amo y esclavo en una persona. También la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y se avergüenza. Uno se cuestiona a sí mismo, no a la sociedad”.
¿No es posible, pues, la revolución? El sistema está empeñado en hacérnoslo creer, en hacernos creer que no hay alternativa. Es el momento de abrir los ojos, aunque a todo el que los abra lo llamarán iluso o demagogo.
Jesús nos invitaría a abrir los ojos y a levantar la cabeza. Nos urgiría a la esperanza, pero una esperanza que alienta y transforma. Así fue la esperanza de Jesús, y la esperanza de Jesús es nuestra esperanza. Su esperanza es un modelo y un camino para la nuestra, más allá de nuestras esperas y expectativas, más allá de nuestros éxitos y fracasos.
Como Jesús, podemos esperar que otro mundo en este mundo es no solo necesario, sino también posible, e incluso ya real y presente en la entraña misma de la realidad. Pues la bondad que es Dios es la entraña de la realidad. Ésa es nuestra esperanza.
La esperanza de Jesús nos lleva a reconocer que todas las criaturas son "promesas reales del Reino" (J. Moltmann). La esperanza de Jesús nos invita a confiar en la creación en curso. “Hágase, y se fue haciendo”. “Hágase, y se está haciendo” a través de nuestra finitud abierta al infinito, a través de nuestra energía empujada desde dentro de sí misma por el Espíritu. Dios no ha acabado de crear, ni cesa de crear desde dentro mismo de la creación. Seamos pacientes con nosotros mismos, con todas las criaturas, con el universo infinitamente grande y pequeño. Seamos pacientes, pero no desistamos. Eso es esperar como Jesús, para que cada día se verifique, al menos un poco, la afirmación del Génesis sobre el Creador cuando miraba su creación en marcha: "Y vio Dios que era bueno ".
La esperanza de Jesús nos llama a creer firmemente cada día que otro mundo en este mundo es posible: de que la paz es no solo necesaria, sino también posible; de que la justicia es no solo necesaria, sino también posible; de que lo que hoy es imposible puede volverse posible mañana, si ponemos nuestro granito de arena cada día y la unimos a otros muchos granitos de arena. Nuestro mundo está expuesto a peligros más graves y numerosos que nunca. Pero cada vez es más claro que este mundo tiene solución, y sabemos cuál es. Lo que falta es voluntad para aplicarla. Y la voluntad puede ser despertada, suscitada.
La esperanza de Jesús nos recuerda que “todo es posible para el que cree”, y despierta en nosotros el gusto, el deseo, la voluntad desapegada de hacer real eso poco que es posible a nuestra poca fe, a nuestra débil esperanza. Dios es la inagotable posibilidad siempre abierta en el corazón de la realidad.
La esperanza de Jesús nos anima a creer en Dios como Jesús, más allá de sus imágenes. La esperanza de Jesús nos anima a creer en Dios como Ternura que consuela y reconforta, que está con el que sufre, con todo el que sufre. La esperanza de Jesús nos anima a confiar como él en el Misterio divino que es el Sí, el Amén a la creación y a todas sus promesas.
PONENCIA EXPUESTA EN LA JORNADAS ANUALES DE C.P.S., CELEBRADAS EN MADRID LOS DÍAS 18 Y 19 DE OCTUBRE DE 2014.