lunes, 30 de abril de 2012

Las medidas falsamente necesarias

 

JUAN FRANCISCO MARTIN SECO

 

Una superchería domina a menudo el discurso económico, la de la necesidad. Es frecuente escuchar a los gobiernos que tal o cual medida es necesaria. “Ya nos gustaría no tener que hacerlo, pero no queda otra alternativa”. Y esta letanía es recogida y difundida por los altavoces mediáticos de los poderes económicos que lo repiten una y otra vez, hasta que la población acaba aceptándola como verdad indiscutible. Sin embargo, pocas realidades serán tan contrarias a la ciencia económica como la necesidad. La economía comienza como disciplina allí donde se da la posibilidad de elegir entre distintas opciones. En presencia del determinismo, el problema económico desaparece.

Según la famosa definición de Robbins, dos son los parámetros que enmarcan la actividad económica: la escasez y la alternancia. Si falta cualquiera de estos elementos no podemos hablar de problema económico. Escasez no se identifica con necesidad, sino con limitación. Los recursos son limitados pero de usos alternativos. Y ante cualquier medida económica siempre caben una o varias opciones. Bien es verdad que la elección de una u otra nunca suele ser neutral. Se beneficia a determinados grupos y se perjudica a otros.

Desde mayo de 2010, los sucesivos gobiernos, primero el del PSOE y más tarde el del PP, han ido adoptando todo un abanico de medidas de tal calado que están modificando sustancialmente la estructura social, el marco de relaciones laborales y hasta la misma condición de nuestro Estado. El actual presidente del Gobierno ha pedido en rueda de prensa “un pequeño esfuerzo” -¿pequeño?-, “unos pocos euros necesarios para el sostenimiento de la educación o de la sanidad pública”. “Son cosas que no nos gusta hacer”, ha dicho, “pero son totalmente necesarias para el sostenimiento de la sanidad o la educación pública”. “En este momento no hay dinero para atender el pago de los servicios públicos. No hay dinero porque hemos gastado mucho”.

Esta última aseveración, aplicada al Estado, carece totalmente de fundamento. Si algún sector ha gastado mucho en la etapa anterior ha sido el privado. Se mida como se mida, el sector público español se ha mantenido en un nivel de gasto muy inferior al de otros países, como ahora se dice, de nuestro entorno, a los que según se proclama se pretende imitar; y la comparación se hace mucho más negativa para España si a lo que nos estamos refiriendo es a los gastos sociales.

Los problemas actuales de las finanzas públicas tienen su origen en la enorme caída de los ingresos ocasionada por la recesión económica y por las tres reformas fiscales extraordinariamente regresivas (dos del anterior gobierno del PP y una del último gobierno del PSOE), instrumentadas principalmente en el IRPF y en el impuesto de sociedades. En su momento, se vendía la peregrina idea de que no iban a tener impacto en la recaudación y se propagaba el espejismo de que la bajada impositiva se realizaba sin coste alguno, es decir, sin contrapartida, sin aumento de otros impuestos o reducción y menoscabo de los servicios públicos o de las prestaciones sociales. Ahora, sin embargo, se afirma que no hay dinero y se opta por la peor solución posible que es la de hacer pagar al usuario.

En esta materia, como en cualquier otra de las áreas de la disciplina económica, las alternativas existen. Los servicios públicos se pueden financiar mediante impuestos o a través de un precio; cuando se mantiene que son insostenibles lo único que se está diciendo es que no se desea sufragarlos mediante tributos. Financiarlos total o parcialmente a través del precio no es más que una opción, y una de las peores porque se hace depender la educación o la asistencia sanitaria de la capacidad económica del usuario, destruyendo la igualdad de oportunidades que, aunque escasa, el Estado social había generado.

La excusa de aplicar la progresividad al copago carece totalmente de fundamento. Para eso existen los impuestos que se pueden hacer tan progresivos como se desee. Además, aumentarán enormemente la carga burocrática y el coste de tramitación, tanto más si se lleva a cabo, como es lógico, por departamentos ministeriales ajenos al de Hacienda desconocedores por completo de este tipo de procedimientos. Volvemos a ser testigos de ocurrencias sin reflexión y estudio, de modo que se cometerán de nuevo burdas equivocaciones como la de caer en el error de salto, creando enojosos agravios comparativos.

Juan Francisco Martín Seco es un analista económico español.

http://elcomentario.tv, 27 de abril de 2012

lunes, 23 de abril de 2012

40 aniversario del Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo, en Chile

 

 

SANTIAGO DE CHILE, PALACIO DE LA MONEDA

 

Entre los días 23 y 30 de abril de 1972, se realizó en Santiago de
Chile el Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el
Socialismo.  Se postulaba, entre otros aspectos, que dicho evento
“debía impactar la conciencia cristiana latinoamericana y mundial,
contribuyendo a destruir la aparente legitimidad religiosa del
capitalismo”.
Aparte de todas las vicisitudes de este Encuentro –tales como
invitaciones a obispos que fueron rechazadas; cartas confidenciales de
obispos chilenos a Conferencias Episcopales de América Latina sobre el
carácter “político” del Encuentro; fría entrevista de los
participantes con el entonces Arzobispo de Santiago-, el Encuentro
entregó un Documento Final que, a grandes rasgos, podría sintetizarse
en que el problema sustantivo de aquel momento era el de la
liberación, para lo que se requería la ruptura del sistema capitalista
a fin de crear las  condiciones de un proceso de construcción del
socialismo, renunciándose a las “terceras vías” postuladas por la
democracia cristiana.
El Documento Final establecía que “nuestro compromiso revolucionario
nos ha hecho  redescubrir la significación de la obra liberadora de
Cristo.  Ella da a la historia humana su unidad profunda y nos permite
comprender el sentido de la liberación política, al situarla en un
contexto más amplio y radical.  La liberación de Cristo se da
necesariamente en hechos históricos liberadores, pero no se reduce a
ellos; señala sus límites, pero sobre todo, los lleva a su pleno
cumplimiento.  Los que operan una reducción de la obra de Cristo son
más  bien aquellos que quieren sacarla de donde late el pulso de la
historia, de donde unos hombres y unas clases sociales luchan por
liberarse de la opresión a que los tienen sometidos otros hombres y
clases sociales; son aquellos que no quieren ver que la liberación de
Cristo es una liberación radical de  toda explotación, de todo
despojo, de toda alienación”.
Han pasado 40 años y estos conceptos mantienen plena vigencia, como
también continúa viva la palabra de Salvador Allende, cuya conducción
de la Vía Chilena al Socialismo fue respaldada por este sector de
sacerdotes, religiosos(as) y laicos(as), y que nació desde un grupo de
consagrados(as) que habitaban sectores populares, o trabajaban como
obreros, o simpatizaban con este tipo de experiencias.
Al inicio del proceso de construcción del socialismo en Chile que,
innegablemente, abrió mayores horizontes a la clase trabajadora, los
citados discípulos del “Hijo del Carpintero” se reunieron a
reflexionar sobre su situación y su acción en aquella nueva realidad,
de la que nadie puede desconocer que significaba una nueva concepción
del hombre, de un empuje de la humanidad hacia delante, de una
superación del capitalismo para hacer brotar una nueva sociedad,
concordando con el Concilio Vaticano II que postula que “la Iglesia
(…) se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su
historia”.  (“G. et S.”, 1).
En medio de las cenizas dejadas por el golpe de Estado de 1973, la
dictadura militar de diecisiete años, la ambigüedad de los grupos
políticos que han continuado administrando el neoliberalismo y la
involución de la jerarquía de la Iglesia Católica, el Movimiento
Cristianos por el Socialismo debería renacer para transmitir
esperanzas a los jóvenes; entregar visiones de futuro que inunden las
mentes y la imaginación de las escuelas, de las Universidades, de los
medios de comunicación; despertar utopías que abran caminos; descubrir
valores que den sentido a la vida; presentar prácticas nuevas que
cambien las relaciones sociales; señalar cuidados con la naturaleza;
enseñar a usar las tecnologías sin olvidar la poesía y la gratuidad;
desarrollar vínculos de fraternidad entre las culturas y los pueblos.
Es aquella solidaridad liberadora que emana del Evangelio (tan
distante de Karadima, de su círculo social y de toda la decadencia
moral que esos sectores representan), lo que posibilitará que
nuevamente, tal como hace casi medio siglo, podamos “esperar contra
toda esperanza” que “sobre estas ruinas brillará la gloria de Dios”.
(Romero, 7-1-79).
Hervi Lara B.
Comité Oscar Romero- SICSAL Chile.

viernes, 20 de abril de 2012

NUESTRO PRECEDENTE JUDAICO

 

  
JERUSALÉN

19-04-2012

El terrible poder de un mito tribal sobre la psicología colectiva israelí

"¡Derrama tu cólera!"

Uri Avnery

zope.gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB

Estoy escribiendo esto en la noche del viernes, víspera de Pascua. En este instante millones de judíos en todo el mundo están reunidos en torno a la mesa familiar cumpliendo con el Seder y leyendo en voz alta el mismo libro, la Hagada, que narra la historia del Éxodo de Egipto.

El impacto de este libro sobre la vida judía es inmenso. Todo judío participa en esta ceremonia desde la más tierna infancia y desempeña un papel activo en el ritual. Dondequiera que la vida lleve a un hombre o a una mujer judía, consigo se llevarán el recuerdo de la calidez y la unión familiares, del mágico ambiente y, también, del mensaje explícito y subliminal que transmite ese texto.

Quien inventó el ritual del Seder ("orden") hace muchos siglos era un genio. Todos los sentidos humanos están involucrados: vista, oído, olfato, tacto, gusto. El rito implica realizar una comida ritual, beber cuatro copas de vino, tocar diversos objetos simbólicos, jugar a un juego con los niños (buscando un pedazo escondido de Matzo). Se termina cantando en grupo varias canciones religiosas. El efecto acumulativo es mágico.

Más que cualquier otro texto judío, la Hagada conforma hoy, igual que en el pasado, la conciencia judía — o, más bien, el inconsciente judío —, e influye en nuestro comportamiento colectivo y en la política nacional israelí.

Hay muchas maneras diferentes de ver este libro.

LITERATURA: Como obra literaria la Hagada es bastante menor. El texto está desprovisto de belleza, lleno de repeticiones, tópicos y banalidades.

Esto puede causar asombro. La Biblia hebrea — la Biblia en hebreo — es una obra de singular belleza. Muchos de sus pasajes son de una belleza embriagadora. Las cumbres de la cultura occidental — Homero, Shakespeare, Goethe, Tolstoi — no llegan a su altura. Incluso los textos religiosos judíos posteriores —la Mishná, el Talmud, etc. — , aunque no son tan edificantes, contienen pasajes de mérito literario. La Hagada no tiene ninguno. Es un texto diseñado exclusivamente para el adoctrinamiento.

HISTORIA: No es un libro histórico. Por mucho que pretenda ser un relato histórico la Hagada no tiene nada que ver con la historia real.

Ya no cabe la menor duda de que el Éxodo no sucedió. Ni el Éxodo, ni el deambular por el desierto, ni la conquista de Canaán.

Los egipcios eran cronistas compulsivos. Muchas decenas de miles de tabletas ya han sido descifradas. Habría sido imposible que un acontecimiento como el éxodo hubiera sido pasado por alto y no se hubiera informado de él en detalle. Tal cosa habría sido imposible no solo si, como la Biblia cuenta, los fugitivos hubieran sido 600.000, sino también si hubieran sido 60.000, o incluso 6.000. Y mucho menos si durante la huida un contingente entero del ejército egipcio, incluyendo carros de guerra, hubiera resultado ahogado.

Lo mismo ocurre con la Conquista [de Canaán]. Debido a serios problemas de seguridad, tras haber sido invadidos en una ocasión desde esa zona, los egipcios desplegaron una miríada de espías — viajeros, comerciantes y otros — para que vigilaran de cerca los acontecimientos de la vecina Canaán en todos y cada uno de sus pueblos y en todo momento. Una invasión de Canaán, por pequeña que hubiera sido, habría quedado registrada. Sin embargo, a excepción de las incursiones periódicas de las tribus beduinas no se registró nada.

Por otra parte, las ciudades egipcias que aparecen mencionadas en la Biblia no existían en el momento en que se supone que ocurrieron los acontecimientos relatados. Sí existían, sin embargo, cuando la Biblia fue escrita en el siglo I o II A.C.

Huelga recordar que tras cien años de frenética búsqueda arqueológica por parte de devotos cristianos y de sionistas fanáticos no se ha hallado ni el más mínimo vestigio que respalde la historia de la conquista de Canaán (ni que demuestre que los reinos de Saúl, David o Salomón existieran jamás).

Pero ¿tiene todo eso alguna importancia? Ni la más mínima.

El relato de la Pascua no deriva su inmenso poder de ninguna pretensión de reflejar la historia. Es un mito que captura la imaginación humana, un mito sobre el que se asienta una gran religión y que sirve de guía para la conducta de las personas hasta el día de hoy. Sin la historia del Éxodo probablemente el actual Estado de Israel no existiría, y desde luego no existiría en Palestina.

LA GLORIA: Se puede leer la historia del Éxodo como un brillante ejemplo de todo lo que es bueno e inspirador en los anales de la humanidad.

Es la historia de un pueblo pequeño e impotente que se alza contra una tiranía brutal, arroja sus cadenas y adquiere una patria nueva, creando en el camino un nuevo código moral revolucionario.

Visto de esta manera, el éxodo es una victoria del espíritu humano, una fuente de inspiración para todos los pueblos oprimidos. Y, en efecto, en el pasado ha servido para este propósito en muchas ocasiones. Los Padres Peregrinos, fundadores de la nación estadounidense, se inspiraron en él lo mismo que hicieron muchos rebeldes a lo largo de la historia.

LA OTRA CARA: Cuando se lee el texto bíblico con atención, sin anteojeras religiosas, algunos aspectos nos dan que pensar.

Tomemos el episodio de las diez plagas. ¿Por qué todo el pueblo egipcio fue castigado por las fechorías de un tirano, el Faraón? ¿Por qué Dios, como si fuera un Consejo de Seguridad celeste, impuso sobre sus cabezas crueles sanciones contaminando sus aguas con sangre y destruyendo sus medios de subsistencia mediante el granizo y las langostas? Y, más horrible aún, ¿cómo pudo un Dios misericordioso enviar a sus ángeles a asesinar a todos los niños primogénitos egipcios?

Cuando salieron de Egipto a los israelitas se les animó a robar los bienes de sus vecinos. Es bastante curioso que el narrador bíblico, que era sin duda muy religioso, no omitiera este detalle. Y eso tan sólo unas semanas antes de que Dios en persona entregara a los hijos de Israel los diez mandamientos, entre ellos el que dice: "No robarás".

Parece que nunca nadie se ha parado a pensar en el aspecto ético de la conquista de Canaán. Dios le prometió a los hijos de Israel una tierra que era el hogar de otros pueblos. Les dijo que mataran a esos pueblos y les instó expresamente a que cometieran genocidio. Por alguna razón Dios señaló al pueblo de Amalec y ordenó a los israelitas que los exterminaran por completo. Más tarde, el glorioso rey Saúl fue destronado por Su profeta, por mostrar misericordia y no asesinar a sus prisioneros de guerra amalekitas, hombres, mujeres y niños.

Naturalmente, estos textos fueron escritos por personas que vivieron en tiempos remotos en los que la ética de los individuos y las naciones eran diferentes, como lo eran también las reglas de la guerra. Sin embargo, la Hagada se recita — hoy igual que ayer — de forma acrítica, sin ninguna reflexión sobre estos aspectos horribles. En especial, en las actuales escuelas religiosas de Israel muchos profesores y alumnos interpretan literalmente el mandamiento de cometer genocidio contra la población no-judía de Palestina.

ADOCTRINAMIENTO: Aquí se encierra el meollo de esta reflexión.

Hay dos frases en la Hagada que siempre tuvieron — y aún tienen — un impacto profundo sobre el presente.

Una de ellas es la idea central sobre la que casi todos los judíos fundamentan su perspectiva histórica: "En cada generación se levantan contra nosotros para destruirnos".

Esa frase no se refiere a un tiempo o un lugar determinados. Se considera como una verdad eterna que se aplica a todos los lugares y a todos los tiempos. "Ellos" significa “todo el mundo”, todos los no-judíos de todas partes. La noche del Seder los niños escuchan esa frase sentados sobre las rodillas de sus padres, mucho antes de ser capaces de leer y escribir, y a partir de ese momento escucharán o recitarán la misma idea todos los años durante décadas. En ella se expresa una convicción absoluta, consciente o inconsciente, compartida por casi todos los judíos, ya sea en Los Ángeles, California o en Lod (Israel). Una convicción que dirige sin duda la política del Estado de Israel.

La segunda frase, que complementa la primera, es un grito a Dios: "Derrama tu cólera sobre las naciones que no te reconocen... porque han devorado a Jacob y asolado su casa... ¡Derrama tu cólera sobre ellos! ¡Que tu ira ardiente los alcance! ¡Persíguelos bajo de los cielos del Señor…!"

La palabra "naciones" en este texto tiene un doble significado. La palabra hebrea utilizada es "goyim", un término del hebreo antiguo que significa "pueblos". Incluso a los antiguos hijos de Israel se les llamaba "Santo Goy". Pero a lo largo de los siglos la palabra ha adquirido otro significado y actualmente hace referencia a todos los no-judíos de forma muy despectiva (como en la canción yidish "Oy, oy, oy, / borracho es el goy").

Para comprender correctamente este texto hay que recordar que fue escrito como un grito surgido desde el corazón de un pueblo indefenso y perseguido que no tenía medios para vengarse de sus torturadores. Para elevar sus espíritus en la alegre noche del Seder tuvieron que depositar su confianza en Dios e implorarle que tomara venganza por ellos.

(Durante el ritual del Seder la puerta permanece siempre abierta. Oficialmente se supone que es para que el profeta Elías pueda entrar si milagrosamente resucitara de entre los muertos. En realidad, se dejaba abierta para que los gentiles pudieran mirar dentro y comprobaran la falsedad del libelo antisemita según el cual los judíos amasaban el pan ácimo del Pesaj con la sangre de niños cristianos secuestrados.)

LA LECCIÓN: En la diáspora este anhelo de venganza era a la vez comprensible e inútil. Sin embargo, tras la creación del Estado de Israel la situación ha cambiado por completo. En Israel los judíos distan mucho de estar indefensos. No tenemos que confiar en Dios para vengar los males que se nos inflingen, pasados o presentes, reales o imaginarios. Ahora podemos derramar nuestra propia cólera sobre nuestros vecinos, los palestinos y otros árabes, sobre nuestras minorías, sobre nuestras víctimas.

Ése es el peligro real de la Hagada, tal como yo lo veo. Fue escrito por y para judíos desamparados que vivían en constante peligro. Reconfortaba sus espíritus una vez al año, haciéndoles sentirse seguros por un momento, protegidos por su Dios, rodeados de sus familiares.

Sacado de ese contexto y aplicado a una situación completamente nueva y diferente, puede ponernos en un mal camino. Al decirnos a nosotros mismos que todo el mundo desea destruirnos, igual que ayer seguramente también mañana, interpretamos la grandilocuencia de un bocazas iraní como prueba viviente de la validez de la vieja máxima. Quieren matarnos, así que, de acuerdo con otro inveterado mandato judío, debemos matarlos primero.

Así pues, que en esta noche del Seder nuestros sentimientos sean guiados por la parte noble e inspiradora de la Hagada— la parte que habla de unos esclavos que se rebelaron contra la tiranía y tomaron su destino en sus propias manos — y no por la parte que nos insta a derramar nuestra cólera