martes, 31 de enero de 2012

GRAN CHINA


GRAMÁTICA CHINA




31-01-2012

Imperialismo lingüístico, conceptos y civilización

Thorsten Pattberg

Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Si eres ciudadano estadounidense o europeo, es probable que nunca hayas oído hablar de shengren, minzhu y wenming. Si algún día los promueves, incluso te podrían acusar de traición cultural.

Porque son conceptos chinos. A menudo se traducen convenientemente como “filósofos”, “democracia” y “civilización”. De hecho, no son nada de eso. Son algo diferente. Algo de lo que Occidente carece. Pero eso es irritante para la mayoría de los occidentales, por lo tanto, en el pasado, los conceptos extranjeros se eliminaron rápidamente de los libros y los archivos y, cuando era posible, de la historia del mundo, que es un mundo dominado por Occidente. Como señaló una vez el filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Oriente no contribuye a la formación de la historia del pensamiento.

Pero demos un pequeño paso atrás. ¿Recuerdan lo que nos enseñaron en escuela sobre las humanidades? ¡No son ciencia!” Si las humanidades fueran ciencia, los vocabularios de los idiomas del mundo se sumarían, no se superpondrían. ¿Te sorprende?

Calculo que hay más de 35.000 palabras o frases chinas que no pueden traducirse adecuadamente al inglés. Palabras como yin y yang, kung fu y fengshui. A esto hay que sumar otros 35.000 términos sáncritos, sobre todo de India y del budismo. Palabras como Buda, bodhisattva y gurú.

En una reciente conferencia en la Universidad Pekín, el renombrado lingüista Gu Zhengkun explicó que wenming describe un alto nivel de ética y gentileza de un pueblo, mientras la palabra inglesa “civilización” deriva de la maestría de la gente de una ciudad sobre materiales y tecnología.

La traducción correcta al chino de civilización debería ser chengshijishu-zhuyi. Wenming es mejor, pero intraducible. También ha existido algunos miles de años, mientras la noción europea de “civilización” es una “invención” de fines del Siglo XVIII.

Turistas e imperialistas no llegan a aprender. Llaman a las cosas como las llaman en casa. Después se dan cuenta de que los nombres no son correctos.

En muchos países, la adopción de la terminología china es un tabú. Incluso los más nobles pensadores, como el Premio Nobel Hermann Hesse, advirtieron a los alemanes de que “no debemos convertirnos en chinos […] de otra manera nos adherimos a un fetiche”.

Luego viene “democracia”, un concepto de origen griego. La “civilización” helénica, por supuesto, fracasó hace mucho tiempo. Se acabó, mientras el wenming de China sigue existiendo, ininterrumpidamente, desde hace 5.000 años. “Democracia” tuvo originalmente poco que ver con dejar que el populacho vote, menos todavía con que el populacho gobierne el país; al contrario, significaba que diversos grupos de intereses poderosos luchaban por los recursos, cada uno movilizando a sus partidarios entre los habitantes influyentes de las ciudades.

Mientras en China todavía vemos un orden social basado en valores familiares, en Occidente tenemos un orden social basado en los intereses de grupos. En tu familia no aplicas leyes estrictas o haces contratos, sino que induces un código moral. Cuando estás entre extraños que luchan contra otros intereses de grupos, simplemente no puedes confiar en ellos como en tu propia familia, por lo tanto necesitas leyes.

Hasta el Siglo XX, los europeos creían que China no era una “civilización” propiamente, porque no tenía policía, mientras China acusaba a Europa de carecer de "wenming" porque carecía de piedad filial, tolerancia, gentileza humana, etc.

Finalmente, shengren es la personalidad ideal y el máximo miembro en esa tradición de valores chinos basados en la familia, un sabio que tiene los estándares morales más elevados, llamado de, quien aplica los principios de ren, li, yi, zhi y xin (y 10 más), y conecta a toda la gente como si fuera, hablando metafóricamente, su familia.

La palabra moderna china para filósofo, zhexuejia, no se encuentra en ninguno de los clásicos chinos. De hecho, zhexuejia llegó a China a través de Japón, donde se pronuncia tetsugakusha, después que Nishi Amane acuñó por primera vez la palabra en 1874. Sin embargo, al público occidental se le dice constantemente, a través de nuestra erudición altamente subvencionada sobre China, que Confucio es un “filósofo” y que el pensamiento confuciano es “filosofía”.

Como dijo una vez el filósofo y teórico crítico esloveno Slavoj Zizek: “la verdadera victoria (la verdadera ‘negación de la negación’) ocurre cuando el enemigo habla tu lenguaje”, Occidente sería irracional si adoptara conceptos asiáticos. Sería como no llegarle a los talones a China. Además, el Reino del Medio es tristemente célebre por haber asimilado todas las culturas invasoras en el pasado. ¿Por qué ponerse en la fila?

“Los bárbaros” siempre tuvieron armas y tecnología superiores, pero, como señaló Gu Hongming en 1920, carecían de verdadera inteligencia humana. ¿Cómo es posible? Bueno, es algo como sabiduría de Star Trek: Si la humanidad prehistórica se desarrolló de las bestias, las sociedades humanas más avanzadas deberían ser las menos físicamente agresivas, ¿verdad?

En 1697, el filósofo alemán Gottfried Leibniz argumentó de manera famosa que los chinos estaban mucho más avanzados en las humanidades que “nosotros”. Nunca lo especificamos, pero pienso que todo se reveló cuando instó a todos los alemanes a que no utilizaran palabras extranjeras, sino su propio lenguaje (el alemán es un lenguaje compuesto, de modo que es una fuente infinita), para construir y ampliar el mundo de habla alemana.

Y es lo que hicieron. Y así los alemanes llegaron a la cima. Como era de esperar, los alemanes, descendientes del Sacro Imperio Romano Germánico, llamaron a Confucio “Santo”. Ahora bien, es conveniente. ¿Pero es erudición correcta?

Dado que los lenguajes europeos tienen sus propias historias y tradiciones, no pueden representar suficientemente los conceptos chinos. La solución, pienso, sería no traducir en absoluto los conceptos extranjeros más importantes, sino adoptarlos.

Por lo tanto la próxima vez en las relaciones internacionales podríamos discutir cómo mejorar minzhu en Europa, y cómo contribuir a la transición de EE.UU. hacia un wenming decente.

Tal vez, después de todo. Occidente simplemente carezca de shengren.

Thorsten Pattberg es un experto alemán en el Instituto de Literatura Mundial de la Universidad Pekín y autor de The East-West Dichotomy (2009) y Shengren (2011). Su correo electrónico es: pattberg@pku.edu.cn. Versiones de este artículo aparecieron en Japan Times el 17 de noviembre, y en China Daily el 25 de noviembre de 2011

jueves, 19 de enero de 2012

Cuarta carta a las izquierdas

 

 

 

 

Boaventura de Sousa Santos

Carta Maior

Traducido por Antoni Jesús Aguiló y revisado por Àlex Tarradellas

Las divisiones históricas entre las izquierdas se justificaron por una construcción ideológica imponente, pero en realidad su sostenibilidad práctica (la credibilidad de las propuestas políticas que les permitieron captar seguidores) se basó en tres factores: el colonialismo, que permitió desplazar la acumulación primitiva de capital (por desposesión violenta, en general ilegal y siempre impune, con incontables sacrificios humanos) fuera de los países capitalistas centrales, donde se libraban las luchas sociales consideradas decisivas; la emergencia de capitalismos nacionales con características tan diferentes (capitalismo de Estado, corporativo, liberal, socialdemócrata) que daban verosimilitud a la idea de que habría varias alternativas para superar el capitalismo; y, por último, las transformaciones que las luchas sociales fueron produciendo en la democracia liberal, permitiendo alguna redistribución social y separando, hasta cierto punto, el mercado de las mercancías (los valores que tienen precio y se compran y venden) del mercado de las convicciones (las opciones y valores políticos que, por no tener precio, ni se compran ni se venden). Si para algunas izquierdas esta separación era un hecho nuevo, para otras era un engaño peligroso.

Sin embargo, en los últimos años estos factores han cambiado tan profundamente que nada será como antes para las izquierdas tal y como las conocemos. En lo que respecta al colonialismo, los cambios radicales son de dos tipos. Por un lado, la acumulación de capital por desposesión violenta ha vuelto a las antiguas metrópolis (robo de salarios y pensiones; transferencias ilegales de fondos colectivos para rescatar a bancos privados; total impunidad del gansterismo financiero). Es por ello que la lucha anticolonial también tendrá que librarse en ellas, una lucha que, como sabemos, nunca se pautó por las cortesías parlamentarias. Por otro, aunque el neocolonialismo (el mantenimiento de las relaciones coloniales entre las antiguas colonias y metrópolis o sus sustitutos, como el caso de Estados Unidos) ha permitido hasta hoy la continuidad de la acumulación por desposesión en el antiguo mundo colonial, parte de él está asumiendo un nuevo protagonismo (India, Brasil, Sudáfrica y el caso especial de China, humillada por el imperialismo occidental durante el siglo XIX), hasta el punto de que no sabemos si habrá nuevas metrópolis y, por tanto, nuevas colonias. Las izquierdas del Norte global (y, salvo algunas excepciones, también las de América Latina) empezaron siendo colonialistas y más tarde aceptaron acríticamente que la independencia de la colonias eliminaba el colonialismo, desvalorizando así la emergencia del neocolonialismo y el colonialismo interno. ¿Serán capaces de imaginarse como izquierdas frente a nuevos colonialismos y de prepararse para luchas anticoloniales de nuevo tipo?

En cuanto a los capitalismos nacionales, su final parece estar marcado por la trituradora del neoliberalismo. Es cierto que en América Latina y China parece que están emergiendo nuevas versiones de dominación capitalista, pero curiosamente se aprovechan de las oportunidades que el neoliberalismo les confiere. No obstante, el 2011 ha demostrado que la izquierda y el neoliberalismo son incompatibles. Sólo hay que ver cómo las cotizaciones bursátiles suben en la misma medida en que aumenta la desigualdad social y se destruye la protección social. ¿Cuánto tardarán a las izquierdas en extraer conclusiones?

Finalmente, la democracia liberal agoniza bajo el peso de los poderes fácticos (las mafias, la masonería, el Opus Dei, las transnacionales, el FMI, el Banco Mundial…), la impunidad de la corrupción, el abuso de poder y el tráfico de influencias. El resultado es una fusión creciente entre el mercado político de las ideas y el mercado económico de los intereses. Todo está en venta y nada se vende porque no hay quien lo compre. En los últimos cincuenta años, las izquierdas (todas) han contribuido fundamentalmente a que la democracia liberal disponga de una cierta credibilidad entre las clases populares y a que los conflictos sociales se puedan resolver en paz. Como a la derecha sólo le interesa la democracia en la medida en que sirve a sus intereses, las izquierdas son hoy la garantía de su rescate. ¿Estarán a la altura del reto? ¿Tendrán el coraje de refundar la democracia más allá del liberalismo? ¿Defenderán una democracia sólida contra la antidemocracia, que combine la democracia representativa con la democracia participativa y la directa? ¿Abogarán por una democracia anticapitalista frente a un capitalismo cada vez más antidemocrático?

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Artículo original del 11 de enero de 2012.

Fuente: http://www.cartamaior.com.br/templates/colunaMostrar.cfm?coluna_id=5402

Boaventura de Sousa Santos es sociólogo y profesor catedrático de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal).